lunes, diciembre 31, 2007

El descanso

El descanso deseado por todos fue mío, en una playa tibia con brisa fresca, ruido alegre y tranquilidad; pero yo te extrañé.

El escape anhelado por todos fue mío, en dos horas de distacia de la ciudad, aire puro e inexistencia de rutina; pero yo te extrañé.

Extrañé despertar a tu lado, como nunca lo he hecho. Extrañé nuestra casa que aún no tenemos. Extrañé cuidarte como el marido que no has sido. ¡Te extrañaron tanto los hijos que no hemos tenido! Te extraña mi vida cuando se aleja a kilómetros de nuestro futuro juntos... La playa un maldito cuadro bien pintado carente de las paredes que lo sostengan; inútil decoración de una ceremonia que por exceso de juventud no se realiza. La rutina un maravilloso sueño, ¿qué descanso más puro que el aire exhalado en tu suspiro al final de la jornada, llegando del trabajo que aún no consigues como el profesional titulado que todavía no eres?

Ya mañana vuelvo a la ciudad y se me hace más hermosa que el mar, pues te alberga en sus olas de gente donde cada uno es un grano de arena. Yo seré un grano de arena más, y tú conmigo, pero nos extraña tanto la playa que conformaremos en el futuro, que el me voy despidiendo de este descanso y cambio el beso de la brisa marina por el que imagino en tu boca mientras se gastan las dos horas.

jueves, noviembre 22, 2007

Música de fondo

¿Llegará algún día ese día donde la música suave murmure en los silencios disfrazada de sonrisa? La sola espera arquea mis labios… ¿cuándo adornará los momentos como sólo una mano sabe adornar otra?

La imagino a veces acariciando mis párpados en su renuncia desganada al día, o consolando la evidencia de alguna verdad. Si llegara, sabrá ser más que anillo fino y brillará invisiblemente en embriagante compañía del instante vivido, compartiendo cualquier cosa tiñéndola de precisa, preciosa.



Murmura sutil, no espero, las manos lo siguen siendo aún en la desnudez.

miércoles, noviembre 07, 2007

Quema

Y cuando nuestras manos ya no se puedan tomar, nuestro amor será más que manos. Y cuando mi memoria comience a olvidar los lunares de tu piel, estaremos más cerca que nunca. Y cuando la angustia se apodere de nosotros por el tener que frustrar un nuevo beso, encontraremos alivio en la existencia de tal angustia. Basta que exista. Existe ese beso nuevo y lo guarda Allah, y nuestra piel fría espera tomándose más allá de las manos, espera aliviada en angustia y en este frío intenso donde antes nos regalábamos tanto calor…

Y cuando todo eso suceda, recuerda que el hielo también quema. Allah se puede llevar el fuego, pero nos seguiremos quemando en la distancia tan cercana de un amor nevado, que es hermoso porque no necesita manifestarse para tener la certeza de ser real, intensamente va quemándonos desde el frío del abrazo no dado, y las cicatrices en mi piel son tu nombre; no necesitas escribirlo con las manos, porque somos más que manos, somos quienes esperan para que el amor sea más que amor… que sea vida con sabor a dos.

viernes, noviembre 02, 2007

Buenos Aires, I

No conozco Buenos Aires. Es como una especie de cuento de gángsters para mí... de esos que se inspiran en algo real y luego se deforman y magnifican y trascienden y son perfectos...

No conozco Buenos Aires, pero me suena a media luz, blanco y negro, secreto, un tibio calor, siempre envuelto en humo de cigarro con un leve olor a alcohol... vino preferentemente... No sé por qué.

No conozco Buenos Aires... pero me gusta imaginarmelo así, pensar que vives en una especie de película antigua donde los sentimientos son más intensos -aunque de los mismos temas de siempre-, donde las palabras son rebuscadas y las meditaciones profundas...

No conozco Buenos Aires... pero me inventé uno.

martes, octubre 09, 2007

El pasillo

Y ahora son pasos seguros los que resuenan en las baldosas oscuras de ese pasillo expuesto y enjuiciador. Mas ya no hay juicio: ya ninguna cara reconoce la mía al pasar.

Ese lugar es tan mío, y ahora soy tan ajeno… ¿Qué hago aquí? Mis pasos suenan más fuerte, porque saben que independiente del motivo pueden estar aquí, aquí en esta pasarela que conecta las salas que ya no me dictan clases y los baños que ya no me refugian de nadie.

Las baldosas siguen sintiendo mi peso, y la búsqueda se vuelve tan pesada… ¿Qué hago aquí? Aquí no hay nada de lo que buscaba, nadie a quien culpar, nadie a quien pedir perdón, ¡nadie! Todos egresaron y yo he vuelto porque este lugar es tan mío, pero ya no tiene nada de mí… ¿Qué vengo a buscar? Este lugar está absolutamente vacío de esos ruidos diarios, risas y otros, repleto de ruidos nuevos, de caras… ¡Hay tantas caras aquí! Sus cuerpos son todos iguales, casi podrían confundirme y hacerme creer que son a quienes yo busco, sus cuerpos también eran así… Pero no, es imposible, porque esos perdidos están muertos en el pasado, ¡en este mismo lugar! ¡Aquí estaban! Los busco, pero no están, era precisamente aquí, pero en años muertos, todo vacío, y esas vidas nuevas con ruidos propios me parecen tan lejanas, quieren confundirme, pero es imposible, son otras caras…

Y quiero exigirle a este lugar que me los entregue, ¡entrégalos! Porque en otras salas he aprendido cosas nuevas y otros baños no han tenido que esconderme, ¡tengo tanto que decir! Y nadie a quien le hagan sentido mis palabras… Pensé encontrarme aquí, poder tomarme de la mano, contarme lo que habrá más allá del juicio y aconsejarme, decir tranquila, todo estará bien, pero esa quinceañera está muerta también y ahora que puedo ayudarla es muy tarde… Aquí todos tan llenos de vida en este cementerio de niños, fantasmas invisibles a sus rebosantes habitantes, macabro espectáculo a mis ojos que ya son muy adultos para llorar, no otra vez, no en este pasillo otra vez… Vine a hacer las paces, y contemplo la herejía del ruido nuevo en campo santo que debiera descansar en paz, aquí debiera haber tanto silencio, ¡más respeto por los muertos! Pero nadie entiende, porque los nombres que busco no tienen cadáver, tienen planes y futuro, ¡pero esos no son a quienes busco! ¡Yo busco a los quinceañeros! ¡A los muertos! Es que tengo tantas cosas que decirles…

Mis seguros resonantes pasos deben alejarse ahora, pero dejaré estas flores aquí.

viernes, septiembre 28, 2007

Una denuncia

Tengo una denuncia que hacer: el deseo ha sido manipulado a lo largo de la historia.

En un principio hubo dioses, y a ellos atribuían los hombres todo lo que acaeciera con ellos y con el mundo. Eran seres de escasa voluntad, ignorancia, que se sentían sometidos a voluntades mayores y divinas. Si deseaban era porque los dioses así lo habían dispuesto, no porque dentro de ellos el deseo estuviera llamando, y asumían un destino supuestamente preestablecido.

Entonces dentro de los griegos surgieron los sofistas. Herejes, les gritaban algunos. Pero cuando las instituciones de Grecia empezaron a corromperse, surgió la ética. Y entonces la manipulación.

Postulo que el deseo fue manipulado primeramente en Grecia. Aristóteles planteaba que “(…) lo que explica el movimiento es siempre el deseo ya que puede mover contrariando al razonamiento y el razonamiento no puede mover si no hay un deseo que lo acompañe”[1]. Se entiende el deseo como un motor, pero un motor caprichoso y ciego, que se aboca a los fines, a los objetos, sin mayor explicación. Es este comportamiento impredecible el que incomoda a la estructurada Polis, y entonces se idean propuestas para controlar el deseo, siempre latente amenaza del orden. Y la propuesta de Aristóteles es la Virtud Moral. Una costumbre, un hábito de tender al “bien”, una domesticación del deseo para “desear los fines correctos”… Quien se deja llevar por el deseo es socialmente rechazado, la polis toda censura el deseo, es cómplice de la manipulación de éste. ¿La estrategia? Potenciar la inteligencia. La inteligencia se entendía como la facultad del hombre para escoger los medios adecuados para realizar aquellos deseos bien deseados. Aristóteles afirmaba que el deseo debía ser educado desde la infancia, para que no fuera un esfuerzo ser virtuoso, buscar el equilibrio y tender al bien, el bien superior, el bien de la Polis. Había que educar en enkratés. Suena lógico pensar que si inculcamos el pensamiento a nuestros hijos de que deben sacrificar la satisfacción presente para obtener una mayor gratificación de lo deseado a futuro, estamos formando personas que puedan enfrentarse muy bien a la vida, y que con templanza lograrán sus cometidos, cumplirán sus buenos deseos. No obstante, Aristóteles no se percató de que en esta bien intencionada manipulación, cohibía el motor mismo de la acción. Darle una carga negativa al deseo, fomentando el uso de la razón, ha precisamente desequilibrado el actuar humano durante siglos. Aristóteles falló en la esencia de la virtud, en buscar el medio.

Pasaron los años, y el hombre fue creando medios de transporte, fue conquistando, fue inventando armas, fue desatando guerras, matando gente. Si todo esto era producto de su “inteligencia”, que buscaba los “medios adecuados”, entonces no tenía ningún sentido. Este sentimiento de incoherencia, de desprotección ante la obra del hombre, origina a la corriente filosófica llamada Existencialismo. Ella se horroriza de su entorno, de su momento histórico, y simplemente lo niega. Es tal su rabia contra todo lo que ha hecho la inteligencia en desmedro del deseo, que niega ya cualquier concepto que pueda influirlo más: ni mundo, ni entorno, ni Dios, ni nada: el hombre y su deseo, ahora completamente escindidos. Es comprensible esta rebelión, este intento de salvaguardar el deseo. Sin embargo, termina por manipularlo de todas formas. Lo frustra al restringirlo únicamente al campo del individuo, o al de un pene y una vagina. El hombre está resentido, herido, y se vale del deseo, egoístamente lo establece como un estado de carencia, como una conciencia no cognoscitiva, como una turbación. Esto es lo que postula Sartre. “Una náusea discreta e insuperable revela perpetuamente mi cuerpo a mi conciencia: puede ocurrir que busquemos lo agradable o el dolor físico para librarnos de la náusea, pero, desde el momento en que el dolor o el agrado son existidos por la conciencia, ponen de manifiesto a su vez su facticidad y su contingencia, y se develan sobre el fondo de la náusea”[2]. Hay un deseo de cosas trascendentes que le cuenta a la conciencia lo que quiere. El cuerpo le cuenta a la mente. El ser en sí desea, y el ser para sí dispone. Y el ser en sí que desea, desea un cuerpo que lo haga ser conciente de sí mismo, y entonces el ser en sí y el ser para sí se fusionan en un yo. Es hermoso, en teoría. Yo puedo ser lo que soy en la medida en que mi conciencia adopta lo que mi deseo le pide, y se realiza en cuanto a otro. Por lo tanto, para Sartre, el hombre depende sólo de él y se hace responsable; se libera él mismo y su deseo, y en una mezcla perfecta entre el deseo, la conciencia y el cuerpo de un otro, combato la angustia que el mundo me ocasionó. Suena muy bien, pero lamentablemente, esta es otra manipulación por conveniencia, aislar el deseo del mundo es sólo el reflejo del resentimiento hacia éste.

“Lo que impide que la vida discurra y crezca es el lenguaje y el juicio moral.
El lenguaje de nuestra cultura divide el mundo en sujetos y predicados. Los sujetos existen como soportes de los predicados”[3]. Delueze apoya desde su punto de vista mi tesis de la manipulación. Admite que el mundo ha influido radicalmente en los deseos del hombre, pero también rescata la necesidad de éste en la satisfacción de sus deseos. “Juzgar inmanentemente es establecer qué es lo que conviene a cada potencia, qué la hace crecer, expansionarse. No existe el bien y el mal general. Pero sí que existe lo bueno (lo que conviene) y lo malo (lo que no conviene) para este o ese cuerpo. Cada cuerpo busca ampliar su territorio mediante sus devenires, a través de encuentros con aquello que le conviene. El encuentro con una persona, con un libro, con una música que me conviene es un devenir esa persona, ese libro, esa música cuando no los imito, sino que dejo que me invadan y que mi territorio se amplíe”[4]. Deleuze entiende la manipulación tanto a nivel social como a nivel individual que ha habido del deseo, por eso invita tan amablemente a desear, a crear realidades, a crecer. Él no entiende el deseo como los manipuladores, sino como la vida misma, llena de matices, donde se desean realidades, no cosas ni situaciones. Desear ya no es un peligro, porque el deseo se orienta al desarrollo de nuestra potencia, en conjunto con el mundo que me invade, y con el yo que fija su territorio. Si la invasión es excesiva, entonces “borrarse”, sustraerse un momento del entorno callando las voces para escuchar la propia. Si fijar el territorio se vuelve en sedentarismo, entonces “experimentar”, acceder e interactuar con aquello que te haga sentido. Deleuze reconoce la dificultad de vivir la vida, las influencias que han manipulado al hombre, mas no es pesimista, ¡se puede vivir! Se puede ser el huracán destructor o el feliz, pero la idea es moverse grandiosamente. La destrucción o la felicidad dependerá de cuán manipulado estás en tu deseo, ya sea por el mundo, o por ti mismo.







[1] Hernández Sanjorge, Gonzalo. Del Deseo como lugar del Sujeto; p. 2
[2] Sartre, Jean-Paul. 1943. El Ser y la Nada; p. 365
[3] Larrauri, Maite. El deseo según Deleuze. Editorial Tándem; p. 3
[4] Ídem; p. 6

domingo, septiembre 23, 2007

Una carta para ti

Mi amor:

Hay pocas razones, pero una acción: escribo una carta para ti. Hablamos hace un par hora, o menos; nos vimos ayer; nos veremos mañana; no estamos peleados, no estamos apasionados; no estamos incomunicados, puedo tomar el celular en cualquier momento; no estamos lejos, unas veinte cuadras sería tal vez exagerar... Pero escribo una carta para ti, porque te amo.

¿Recuerdas ese tiempo en que no nos amábamos? Es irónico, sin embargo, ese era el tiempo en que más románticos éramos. Me invitabas a lugares que me sorprendieran, yo me arreglaba mucho, me dedicabas canciones, yo inventaba juegos, me escribías mails, yo te coqueteaba... Fue un tiempo bonito, corto y romántico. Lo recuerdo con una sonrisa, mas no lo añoro. Prefiero esta tranquilidad hermosa de amarte y que me ames, prefiero la ausencia de esa duda nerviosa de si realmente estás feliz de verme, prefiero la sinceridad. Estupidez creer que planear estrategias para sacarte un beso y cuidar mis palabras para que no se revele cuánto me gustas es romántico. Eso no es romance. Esto es romance. Esto que estoy haciendo, esta carta que escribo, tu invitación a comer helado porque sabes que me encanta, el superocho que te llevo porque sé que te encanta, acompañarme a ver la teleserie, acompañarte a escuchar el partido, proponerme ir al cine a ver esa película que odias, aceptar ir a la parada militar que me aburre... Esto es romance, esto es burlarse de la rutina... y de eso se trata el amor. ¿O no? ¡Quién sabe! El amor lo inventamos tú y yo. Y otras parejas inventarán otros conceptos, y tendrán otros parámetros, y otros besos, y puede que sean mejores... Y en ese tiempo en que no nos amábamos me importaba. Me trastornaba la posibilidad de encontrar a alguien más, a alguien mejor, y que no lo viera por ya haberte elegido. No obstante, hoy te amo, y puede que sí, que haya gente mejor, y es muy probable que sí, que haya gente mejor, y ya no importa. Porque este amor nuestro que no merece estar en ninguna película, me hace feliz. Me hace feliz, y aunque pudiera encontrar algo mejor, ¡no quiero algo mejor! ¡Te quiero a ti! Y quiero nuestra historia, y quiero vivirla siempre, y quiero que sus sucesos calmos que no podré narrar en ninguna novela, y quiero esta tranquilidad de poder decirte sinceramente lo que pienso y no temer ser herida, y quiero crear una rutina contigo y que esa palabra no tenga carga negativa, y quiero redactar esta carta, una carta para ti, una carta de amor.

martes, septiembre 04, 2007

Por la duda

No va a venir. Nunca vienen. Después de dar la espalda y abandonar indignada la habitación, una siempre espera sentir ojos en el cuello, pasos acelerados tras los propios, en cualquier segundo una mano en el hombro que te obligue a suspender el alejamiento… pero no vienen. Nunca los ojos, nunca los pasos, nunca la mano, cualquier mano… por favor… porque no era indignación ni desesperación por alejarse, era simplemente una súplica muda de la más mínima muestra de anhelo por mi presencia junto a la tuya… ¡¿Es que no entiendes?! Tu mano no tendría que obligarme, el más leve roce y yo volvería a tus brazos, ¡porque nunca quise abandonarlos! No obstante, tenía que saber si a ti te importaría que los abandonara…

Pero no va a venir. Ya salí de la casa, ya caminé lentamente hasta el paradero, ya dejé pasar tres micros que me llevarían a mi destino… ya me habría alcanzado si hubiese querido…

No va a venir. Nunca vienen. De ahora en adelante creo que viviré con la duda de la importancia brindada por brazos ajenos a los míos.

sábado, agosto 18, 2007

Pide un deseo

Qué desesperación, mirar hacia dentro y ver algo que no te gusta. Qué desesperación, mirar hacia fuera y ver algo peor.¡Estorban los ojos! Eso pasa, si la gente los cerrara un momento, la humanidad podría aún salvarse al percibir aquellas cosas que son más importantes que la imagen.

Y hablando de imagen... ¿qué imagen tengo yo? ¿Qué imagen tienes tú? Yo no sé quién soy, se mezclan los sufrimientos, las máscaras de protección y los deseos frustrados, ¿qué te mueve ahora a tu destino? La casualidad tal vez... ¿y la voluntad? No. Ella se pierde por ahí, por ahí en algún error, en alguna persona, en algún invierno, en una cita a la que nadie llegó. Y entonces la rabia, la ira, los gritos, el miedo, el frío... y luego, la inmovilidad. El existir. No el vivir.

El deseo, ese es el problema. Nadie se da el tiempo de descubrir cuáles son sus deseos más íntimos que te llevarán a escoger las acciones que determinen el destino donde esos deseos se saciarán, y morir tranquilo, en la vejez con pelo blanco o no, con nietos o no, con paraguas-o-no, pero tranquilo.

¿Tranquilo? ¿Conoces ese estado? Te apuesto que eres uno más de esos que no identificaron sus deseos y de repente ya estaban en el colegio porque era el deber, en la universidad o instituto porque era el deber, enamorándose porque, puta, en algún momento te TIENES que enamorar, y trabajando porque nuevamente es el deber... ¿Y todas esas cosas que hiciste o debes hacer tienen alguna relación con lo que profundamente deseas? Tus acciones son sólo acciones, sin destino, juegas a la gallinita ciega y así vives y guías tus pasos. ¡Te apuesto! Y tú apuesta que yo también, y ganarás. ¡Vamos al casino! Ganaremos todas las apuestas, total ya sabemos mucho del azar: esa es nuestra vida.

Bebe un poco más, llora la vez número diez mil uno, vomita y toca fondo. Y antes de lavarte por decencia, mírate al espejo así, tal cual, con el vómito escurriendo y pregúntate: ¿Qué tiene esto que ver con lo que alguna vez deseé? Te apuesto que conozco la respuesta: nada. Recién entonces lávate si quieres, si no, da lo mismo. Apaga la radio, apaga la lluvia, todo, ¡apágalo todo! Que no haya interferencia, que ningún sentimiento predeterminado tiña esa búsqueda con un tono ajeno, este es el momento, cierra todo, abre aquello de lo que te quejas y que no conoces: tus deseos. No será fácil, te lo apuesto. Y cuando los identifiques, podrás guiar nuevos pasos, moverte hacia ellos, ni los huesos cansados podrán detenerte si ya sabes hacia dónde vas, dónde queda. Y entonces tomará sentido el colegio, la universidad, las matemáticas, el trabajo: herramientas, ¡herramientas todas! El bastón para caminar hasta allí, hacia el destino donde se sacian los deseos, ya no serás ciego, será perfecto. Te apuesto que entonces todo tomará sentido. Te apuesto que te costará un mundo tomar la decisión. Te apuesto que estar triste es más fácil que atreverse a buscar la solución. ¡Te apuesto! ¡Te apuesto! Vamos al casino... yo ya he perdido tantas veces, ya no creo en el azar, creo en mis deseos, que son tantos, y que no seré tan mediocre de al menos intentar saciarlos. Nadie puede llegar a la perfección, pero es mediocre ni siquiera intentar acercarse a ella.

viernes, agosto 10, 2007

Mechón de pelo

¿Y cómo ver la vida a través de un mechón de pelo? Trazos fragmentados, una película mal proyectada, interferencia… ¿Y cómo ver la vida sin ese mechón de pelo? La versión completa, ¡nitidez! Desnudez…Esta chasquilla molesta mis ojos, pica mi rostro, acalora mi piel, ofusca mi humor; no obstante, sería un acto suicida extirparla con tijeras frías, grandes, reflectantes, espejo malformador, juezas. Suicidio, operación kamikaze a una vida normal, sin velos, ¡pura realidad! Y mientras una gota cae en el vidrio empañado, esta chasquilla empaña mi enfrentamiento con el mundo… ¿Y por qué ha de ser un enfrentamiento? ¿Por qué hay una suposición intrínseca de enardecida batalla, por qué se asume la necesidad vital de armarse hasta los dientes con frenillos, hasta las orejas con aros, hasta los pies con tacos, hasta los cuellos con perfumes… hasta las frentes y ojos con mechones de pelo?

Y aquí estoy yo. Y ya no es una gota, sino dos, y el calor va evaporando la sustancia sobre el vidrio, veo un poco más, veo un poco mejor… Mas mi visión no afecta al vidrio, ni a lo que hay fuera de él, es un acto inválido, discapacitado… Al menos no suicida. Nadie aprende a hablar si nunca ha escuchado las palabras de otros, las realidades de otros, y el vidrio me muestra cada vez más su realidad, son cientos de brillantes gotas las que tropiezan en su lento descender, y yo no hago nada, sólo escucho, queriendo aprender a hablar…

Tiembla un poco mi mano, preguntas trilladas de ser o no ser, seguridad o verdad, esta chasquilla es mi escudo, dicen que se ve bien, se parece a la de otras, pertenece a un grupo de características definidas, fácil, cómodo casi siempre; pero todos los escudos pesan, y hay medidas más severas que los kilos.

Mi mano tiembla, toca el vidrio, esparce la sustancia, despeja lo poco que aún quedaba invisible, veo más, veo mejor… Y mi mano ahora está mojada, es el costo, los huevos rotos, está mojada y me da frío… ¡Imagina el frío en la desnudez! ¡La vulnerabilidad en la desnudez! El mundo tendrá una ventaja sobre mí, sabrá de antemano mis puntos débiles, los ataques serán certeros, la competencia un chiste, el resultado una masacre… Pero el mundo al otro lado de ese vidrio empañado es el mismo que ahora se revela gracias a las gotitas acusadoras, ¡el mismo! Sólo unos minutos más viejo.

Sigue temblando mi mano, de frío, de miedo… y luego será de parkinson. ¿Qué tan vieja esperaré a ser para ver lo que es? Enfrentamiento o sosiego, alegría o pura mierda, ¡pero ver! Este mechón de pelo me hace miope, daltónica, ¡defectuosa! Un guerrero no gana batallas por la resistencia de su escudo, sino por la destreza de su mano empuñando la espada.

Mi mano temblaba, pero yo ahora quería usarla. Tomé el mechón de pelo y lo aprisioné tras mi oreja.

sábado, julio 28, 2007

A veces soy normal

A veces soy normal. Conozco a la perfección el cómo razonar lógicamente. Podría decir que tiendo a la bondad. En fin, a veces soy normal.

Hoy no es una de esas veces.

Me son casi irreprimibles los deseos de hacer daño y traicionar. Quiero jugar con alguien que no se lo merezca y engañarlo con alguien que no valga la pena. Anhelo con un aire de vicio ser la causa máxima del padecer de quien creía en las buenas intenciones, y observar indiferente y plácidamente el cómo se tortura, se autoflagela, se disminuye y se obliga a diezmar su amor propio en pedazos desgarradores, el cómo desearía vivir llorando, morir sufriendo, y tratar de entender qué mierda hizo mal… porque tal vez fue su culpa, pensará… ¡no! ¡Definitivamente fue su culpa!, llegará a concluir, y yo guardar sepulcral silencio, pronunciar sólo un cínico “lo siento” y traumar a aquel ser que temerá siempre volver a amar, perjudicando así también a todo quien intente amarlo.

Me es prácticamente una necesidad, necesidad imperiosa grabar mi nombre con sangre y cicatrices perpetuas en piel ingenua… Entonces cada vez que su ser le sonría al sol, él iluminará las huellas que dejé, y le hará recordar que es demasiado bello sonreír para su estado menesteroso. Entonces cada vez que su ser se entregue abatido a la noche, ella encubrirá las huellas que dejé, y le hará recordar que ella cegó anteriormente otra evidencia pero el dolor prevaleció, y sufrirá por la pena actual y por la pena de mí.
Si sonríes, leerás mi nombre. Si lloras, te sonará mi nombre. Mientras puedas sentir, existirá amargamente en ti mi nombre; y mientras puedas sentir, sufrirás; y llevarás contigo ese sufrimiento como medalla de honor de una guerra execrable, orgullosamente llevarás, cual mártir, mi nombre, entonces, sólo entonces, tu vida tendrá un sentido: recordarme. Y yo nunca lo sabré. Pero habré saciado mi necesidad -hoy anormal- de hacer daño, y disfrutaré imaginándote.

viernes, julio 20, 2007

Eternidades

Me bajo de la micro repleta y quedo frente a un cielo y a un mar.

-¡Avisa antes, po’! –grita el conductor en furia ante mi solicitud sin paradero autorizado.

-¡Ay, mijita, me pisó! –parece que también se escucha cuando mi zapatilla abandona el último peldaño.

El anaranjado intenso, obsequiado a las nubes delgadas por quien ya se escondía, me petrificó al borde del mirador. Ahí me quedé: un atardecer.

-¡Qué lástima que él no esté a mi lado para disfrutar mejor esta belleza!

Y comprendí que, incluso en su ausencia, los colores que me tenían absorta entrarían por mis ojos. Mis ojos estaban ahí, no necesitaban los de él para que esa imagen fuera bella: disfruté.

El cielo se había sublevado, plagió un mural de Miguel Ángel. El mar callaba pues se sabía ladrón también de las palabras de Neruda para definir su propio ser.

Tan imponentes eran estas dos eternidades, que me olvidé que yo existía. La naturaleza parece más real en fotos que en su presencia: demasiado bella, demasiado perfecta, demasiado.

El naranjo intenso ya no poseía ese adjetivo calificativo y mutaba en rojo, en morado… Los verdes intrusos que contrastaban las nubes se tornaban celestes, azules… Un beso saldo a mi cara desvió mis pupilas del cielo, observé el mar: también se sabía admirable y quería recordármelo.

La sublevada ahora era la espuma que incitaba a que se elevaran más y más las olas, que empararan las piedras, que intimidaran la orilla.

El cielo menguaba. El mar parecía dichoso.

Salí de mi ensimismamiento para agitarme en conjunto con el mar. La noche era nuestra y el movimiento ondulante se violentaba, se excitaba… ¡Grita, grita! La ola rompía estruendosamente opacando a la nube, yo con la noche sobre nuestras existencias me sentí libre, bailaríamos todos en compases rápidos, ritmos exacerbados, movimientos apasionados… ¡Noche!, ¡Noche negra, bésame!

Y el estupor frenó mi impulso de alteración que me sabía a eternidad: ¿y el naranjo?, ¿y el verde?, ¿y el color regalado del sol?

¡Cielo, únetenos!

Pero el cielo ya había disfrutado el orgasmo con esos instantes cortos, con su belleza fugaz, con el atardecer brevísimo… Nos dejaba al mar y a mí en soledad: nuestra juerga era demasiado prolongada y extenuante para él, demasiado tangible…

Yo era el exceso. Él la sutileza.

Y comprendí por qué estaba admirando sola las eternidades.

sábado, julio 07, 2007

Mi vecino, el gigante

Yo vivía cerca de un gigante. Era mi vecino. Era tan grande y hermoso que cada vez que nos topábamos yo me obligaba a mantener mi cabeza gacha para no admirarlo; y cada vez que en su ausencia su nombre pretendía volverse suspiro, yo lo obligaba a no ser más que un conjunto de letras, letras grandes, pues era un gigante, pero sólo letras.

Los humanos somos seres de costumbre, y yo condicioné mi cerebro para abortar cada reflexión acerca del gigante que me constaba sería mi sonrisa permanente, pero yo era humana y él gigante, mi sonrisa era demasiado pequeña para provocar la de él, así que me prohibí pensar que podría ser sonrisa, era gigante, mi vecino, nada más. No lo amaba, nunca me permití el tiempo suficiente para terminar de enumerar sus virtudes y hacer irreversible mi profunda e inútil entrega. Así que nunca lo amé. Era tal vez demasiado grande para mí, y por eso me contenté pensando que seres igualmente grandiosos serían sonrisa para él.

A veces compartíamos un rato, y me otorgaba sus oídos cortésmente, que yo sabía no escuchaban mis palabras, y me dirigía sus ojos benevolentes, que yo sabía no veían mi figura, y me ayudaba dispuesto con sus manos, que yo sabía no me sentían, y me regalaba sus gestos, que yo sabía no tenían intención.

A veces compartíamos un rato, hablábamos de lo lindas que estaban creciendo las frutillas, de lo difíciles que estaban los tiempos bajo nuestro sol de cuento… Él me decía que comer honguitos era despreciable porque uno podía morir envenenado, y yo habría dejado de hacerlo por darle en el gusto y hacer que sus altos ojos brillaran más aún, pero, ¿realmente cambiaría en algo nuestra situación? ¿Realmente si yo no comiera honguitos habría bajado su ángulo recto de visión para verme viéndome? Otras veces él me contaba sus sueños magnánimos, sus aspiraciones gigantes, y yo quedaba deslumbrada, no podía más que confirmarle que las cumpliría, pero como enorme era todo en él, titánicas eran sus frustraciones y desilusiones… Yo trataba de consolarlo, de explicarle que la naturaleza de mi especie era muy lejana a su gigante corazón noble, pero nada mío surtía efecto en él, como nada suyo permitía yo que surtiera embrujo en mí.

En una de esas conversaciones que teníamos sólo por tenerlas y sin dejar que ninguna palabra pesara más de lo que el aire requería, me contó que se había enamorado de Pulgarcita. Gigante amaba a Pulgarcita. Y yo desesperé.

Mis brazos eran más largos que los de ella y podrían darle abrazos más apretados; mis labios eran más gruesos que los de ella y podrían en los suyos parecer un roce al menos; mi voz podría gritar más fuerte un te amo; mis piernas más grandes podrían caminar más distancias junto a él; mis manos más extensas podrían secar más lágrimas desconsoladas; mis sueños eran más idealistas que los de ella y podrían parecerse más a los de él… Yo desesperaba.

¡Pero Gigante! ¿Cómo es posible? ¡Tú mereces alguien mejor, alguien a tu alta altura! ¡Pero Gigante! ¿Qué has visto en ella? ¿Cómo la has podido ver, si es tan diminuta? ¡Pero Gigante! ¡Dime por qué! ¡Pero Gigante! ¿Realmente crees que con su pequeñez podrá satisfacer tu vida? Al menos yo podré satisfacer la suya, me dijo; y yo callé.

Mi gigante sonreía. Pulgarcita era su sonrisa.
Y el gigante realizó gigantes actos y conquistó el pequeño corazón de Pulgarcita. Y yo volví a mantener mi cabeza gacha en su presencia y seguí no amando al gigante porque continué en mi acto reflejo de desplazarlo de mi mente cada vez que sus virtudes se asomaran. Y el gigante se quedó con Pulgarcita. Y yo me quedé aquí, dejando a los gigantes para las fantasías y odiando a las pulgarcitas que admiro. Y yo me quedé aquí, todavía sin amar, pero ya conciente de que para mí sólo existen los humanos, nada más que humanos, corrientes, tamaño normal, como yo, una más, de igual a igual.

jueves, junio 28, 2007

La observación

Ella los observa a todos y yo la observo a ella.
Noto cómo sus pupilas se mueven decididamente
a un extremo y otro de su cavidad ocular,
cree no ser percibida percibiendo a otros,
pero yo la percibo.

Es tan delgada,
su cuerpo toda una misma línea gris uniformada,
Liceo veintisiete creo leer,
pero su pelo también lineal puede confundirme los números al caer gravitatoriamente sobre ellos.
Liceo veintiuno tal vez.

Como si no creyera suficiente su estrechez de existencia,
no cambió sus ropas grises para apoyarse junto al gris muro
y desde allí, camuflada, escondida, espiante,
observarlos a todos, analizarlos a todos,
extirparles a cada uno sus virtudes y llevárselas en esos ojos que las convertirán en personajes perfectos e irreales de su cuento,
de su cuadro, de su canción...
no sé.

Y los observa y les despoja,
y la observo y juzgo.
¡Ladrona, ladrona! ¡Arréstenla!
¡Se las lleva, se las quita!
¡Ahí está! ¿Qué no la ven?
¡Que las devuelva! ¡Las lleva en sus ojos!
Ahí las esconde ahora, pero sólo por ahora,
porque después las publicará en alguna cosa que ella llame creación
y obligará a los usurpados a pegar derechos de autor
por sentirse identificados con sus propias virtudes,
historias, vestimentas, gestos, ¡vidas!
¡Quítenselas, que se las lleva!

Estúpidos...
Bueno, ignórenla y confúndanla con la pared si quieren,
omítanla, después se verán aplaudiéndola.

Su disfraz para mí es demasiado evidente
y sus ojos ladrones excesivamente descarados,
no la perdono.

Tú los observas a ellos,
y no sabes que así mismo te observo yo.
Aunque estemos en una estación de buses
a mí no se me hace normal que permanezca esa mochila a tus pies.
¿Por qué no la usas?
¿Por qué no te vales de su contenido?
Porque prefieres esos colores que te brinda el Liceo veintiuno
o veintisiete, u once o dieciséis
y que te hacen anónima.
¿Por qué muerdes tus uñas?
¿Por qué las reduces a muñones y las ingieres despreocupadamente?
Porque alimentándote de ellas conservarás esa delgadez
rectilínea y grosera,
vomitiva y reptílica
y que te hace anónima.

Dejas de observarlos a todos
y yo no renuncio a observarte a ti.
Finges ver la hora,
finges chequear tu pasajes,
finges preocuparte por los horarios de salida exhibidos,
pero finges.
Insistes en comer tus uñas y poco a poco te volteas,
me das la espalda.
Pretendes hacer cualquier cosa menos algo premeditado
y yo sé que recurres a tácticas sutiles para parecer
estar espontáneamente ocupada,
yo lo sé:
yo las ocupo.

No observas a nadie, y,
porque has tomado tu mochila y me has huido, ladrona,
yo no te observo a ti.
Sin embargo aquí me quedo escribiéndote,
robándote.
Eres mía.

Yo te observé.