sábado, julio 28, 2007

A veces soy normal

A veces soy normal. Conozco a la perfección el cómo razonar lógicamente. Podría decir que tiendo a la bondad. En fin, a veces soy normal.

Hoy no es una de esas veces.

Me son casi irreprimibles los deseos de hacer daño y traicionar. Quiero jugar con alguien que no se lo merezca y engañarlo con alguien que no valga la pena. Anhelo con un aire de vicio ser la causa máxima del padecer de quien creía en las buenas intenciones, y observar indiferente y plácidamente el cómo se tortura, se autoflagela, se disminuye y se obliga a diezmar su amor propio en pedazos desgarradores, el cómo desearía vivir llorando, morir sufriendo, y tratar de entender qué mierda hizo mal… porque tal vez fue su culpa, pensará… ¡no! ¡Definitivamente fue su culpa!, llegará a concluir, y yo guardar sepulcral silencio, pronunciar sólo un cínico “lo siento” y traumar a aquel ser que temerá siempre volver a amar, perjudicando así también a todo quien intente amarlo.

Me es prácticamente una necesidad, necesidad imperiosa grabar mi nombre con sangre y cicatrices perpetuas en piel ingenua… Entonces cada vez que su ser le sonría al sol, él iluminará las huellas que dejé, y le hará recordar que es demasiado bello sonreír para su estado menesteroso. Entonces cada vez que su ser se entregue abatido a la noche, ella encubrirá las huellas que dejé, y le hará recordar que ella cegó anteriormente otra evidencia pero el dolor prevaleció, y sufrirá por la pena actual y por la pena de mí.
Si sonríes, leerás mi nombre. Si lloras, te sonará mi nombre. Mientras puedas sentir, existirá amargamente en ti mi nombre; y mientras puedas sentir, sufrirás; y llevarás contigo ese sufrimiento como medalla de honor de una guerra execrable, orgullosamente llevarás, cual mártir, mi nombre, entonces, sólo entonces, tu vida tendrá un sentido: recordarme. Y yo nunca lo sabré. Pero habré saciado mi necesidad -hoy anormal- de hacer daño, y disfrutaré imaginándote.

viernes, julio 20, 2007

Eternidades

Me bajo de la micro repleta y quedo frente a un cielo y a un mar.

-¡Avisa antes, po’! –grita el conductor en furia ante mi solicitud sin paradero autorizado.

-¡Ay, mijita, me pisó! –parece que también se escucha cuando mi zapatilla abandona el último peldaño.

El anaranjado intenso, obsequiado a las nubes delgadas por quien ya se escondía, me petrificó al borde del mirador. Ahí me quedé: un atardecer.

-¡Qué lástima que él no esté a mi lado para disfrutar mejor esta belleza!

Y comprendí que, incluso en su ausencia, los colores que me tenían absorta entrarían por mis ojos. Mis ojos estaban ahí, no necesitaban los de él para que esa imagen fuera bella: disfruté.

El cielo se había sublevado, plagió un mural de Miguel Ángel. El mar callaba pues se sabía ladrón también de las palabras de Neruda para definir su propio ser.

Tan imponentes eran estas dos eternidades, que me olvidé que yo existía. La naturaleza parece más real en fotos que en su presencia: demasiado bella, demasiado perfecta, demasiado.

El naranjo intenso ya no poseía ese adjetivo calificativo y mutaba en rojo, en morado… Los verdes intrusos que contrastaban las nubes se tornaban celestes, azules… Un beso saldo a mi cara desvió mis pupilas del cielo, observé el mar: también se sabía admirable y quería recordármelo.

La sublevada ahora era la espuma que incitaba a que se elevaran más y más las olas, que empararan las piedras, que intimidaran la orilla.

El cielo menguaba. El mar parecía dichoso.

Salí de mi ensimismamiento para agitarme en conjunto con el mar. La noche era nuestra y el movimiento ondulante se violentaba, se excitaba… ¡Grita, grita! La ola rompía estruendosamente opacando a la nube, yo con la noche sobre nuestras existencias me sentí libre, bailaríamos todos en compases rápidos, ritmos exacerbados, movimientos apasionados… ¡Noche!, ¡Noche negra, bésame!

Y el estupor frenó mi impulso de alteración que me sabía a eternidad: ¿y el naranjo?, ¿y el verde?, ¿y el color regalado del sol?

¡Cielo, únetenos!

Pero el cielo ya había disfrutado el orgasmo con esos instantes cortos, con su belleza fugaz, con el atardecer brevísimo… Nos dejaba al mar y a mí en soledad: nuestra juerga era demasiado prolongada y extenuante para él, demasiado tangible…

Yo era el exceso. Él la sutileza.

Y comprendí por qué estaba admirando sola las eternidades.

sábado, julio 07, 2007

Mi vecino, el gigante

Yo vivía cerca de un gigante. Era mi vecino. Era tan grande y hermoso que cada vez que nos topábamos yo me obligaba a mantener mi cabeza gacha para no admirarlo; y cada vez que en su ausencia su nombre pretendía volverse suspiro, yo lo obligaba a no ser más que un conjunto de letras, letras grandes, pues era un gigante, pero sólo letras.

Los humanos somos seres de costumbre, y yo condicioné mi cerebro para abortar cada reflexión acerca del gigante que me constaba sería mi sonrisa permanente, pero yo era humana y él gigante, mi sonrisa era demasiado pequeña para provocar la de él, así que me prohibí pensar que podría ser sonrisa, era gigante, mi vecino, nada más. No lo amaba, nunca me permití el tiempo suficiente para terminar de enumerar sus virtudes y hacer irreversible mi profunda e inútil entrega. Así que nunca lo amé. Era tal vez demasiado grande para mí, y por eso me contenté pensando que seres igualmente grandiosos serían sonrisa para él.

A veces compartíamos un rato, y me otorgaba sus oídos cortésmente, que yo sabía no escuchaban mis palabras, y me dirigía sus ojos benevolentes, que yo sabía no veían mi figura, y me ayudaba dispuesto con sus manos, que yo sabía no me sentían, y me regalaba sus gestos, que yo sabía no tenían intención.

A veces compartíamos un rato, hablábamos de lo lindas que estaban creciendo las frutillas, de lo difíciles que estaban los tiempos bajo nuestro sol de cuento… Él me decía que comer honguitos era despreciable porque uno podía morir envenenado, y yo habría dejado de hacerlo por darle en el gusto y hacer que sus altos ojos brillaran más aún, pero, ¿realmente cambiaría en algo nuestra situación? ¿Realmente si yo no comiera honguitos habría bajado su ángulo recto de visión para verme viéndome? Otras veces él me contaba sus sueños magnánimos, sus aspiraciones gigantes, y yo quedaba deslumbrada, no podía más que confirmarle que las cumpliría, pero como enorme era todo en él, titánicas eran sus frustraciones y desilusiones… Yo trataba de consolarlo, de explicarle que la naturaleza de mi especie era muy lejana a su gigante corazón noble, pero nada mío surtía efecto en él, como nada suyo permitía yo que surtiera embrujo en mí.

En una de esas conversaciones que teníamos sólo por tenerlas y sin dejar que ninguna palabra pesara más de lo que el aire requería, me contó que se había enamorado de Pulgarcita. Gigante amaba a Pulgarcita. Y yo desesperé.

Mis brazos eran más largos que los de ella y podrían darle abrazos más apretados; mis labios eran más gruesos que los de ella y podrían en los suyos parecer un roce al menos; mi voz podría gritar más fuerte un te amo; mis piernas más grandes podrían caminar más distancias junto a él; mis manos más extensas podrían secar más lágrimas desconsoladas; mis sueños eran más idealistas que los de ella y podrían parecerse más a los de él… Yo desesperaba.

¡Pero Gigante! ¿Cómo es posible? ¡Tú mereces alguien mejor, alguien a tu alta altura! ¡Pero Gigante! ¿Qué has visto en ella? ¿Cómo la has podido ver, si es tan diminuta? ¡Pero Gigante! ¡Dime por qué! ¡Pero Gigante! ¿Realmente crees que con su pequeñez podrá satisfacer tu vida? Al menos yo podré satisfacer la suya, me dijo; y yo callé.

Mi gigante sonreía. Pulgarcita era su sonrisa.
Y el gigante realizó gigantes actos y conquistó el pequeño corazón de Pulgarcita. Y yo volví a mantener mi cabeza gacha en su presencia y seguí no amando al gigante porque continué en mi acto reflejo de desplazarlo de mi mente cada vez que sus virtudes se asomaran. Y el gigante se quedó con Pulgarcita. Y yo me quedé aquí, dejando a los gigantes para las fantasías y odiando a las pulgarcitas que admiro. Y yo me quedé aquí, todavía sin amar, pero ya conciente de que para mí sólo existen los humanos, nada más que humanos, corrientes, tamaño normal, como yo, una más, de igual a igual.