viernes, enero 25, 2008

Desvanecimiento

Miro tu foto que es nuestra foto pues en ella figuramos ambos sonrientes y próximos, y me parece inventada, trucada, ¿cómo decirlo?, imaginada, ficticia… nunca sucedió.

Me cuesta unir en un todo lo que expone la fotografía, las palabras que me cuenta el teléfono y los recuerdos que almacena mi aparato cognitivo con un dulzor cargante… ¿era realmente tan, tan lindo? Dicen que… no, sostengo que el transcurrir del tiempo hace exagerar los hechos… En fin, no puedo hacer que toda esa información converja hacia un mismo punto: tu nombre, tú, a quien amo. ¿Y cómo he de amarte si ni siquiera logro asimilar ya tu ser como una única entidad? Te desvaneces, te vuelves pedazos, fragmentos que se me irán perdiendo como ya perdí aquel de la certeza patente de tu incapacidad de vivir sin mí, o al menos de vivir con sonrisa y sin mí. Me angustió al comienzo, mas te desvaneces y hay trocitos que perdí y ya no logro recordar en qué consistían; de repente encuentro algunos tirados y otros en altares, y me percato de que había olvidado que me importaban, que existían: te desvaneces. Y es un alivio.

Pero mañana te manifestarás en tu totalidad y me parecerás aún más majestuoso por el milagro de la recomposición. Tantas veces citado el ejemplo del jarrón roto que aunque ensambladas nuevamente todas sus partes nunca será lo mismo… pero tú serás lo mismo, porque nunca te quebraste, y me parecerás magnífico, pues para mí ya no eras más que trozos fracturados sobrevivientes a un desvanecimiento tenue, imperceptible pero efectivo. ¡Te desvanecías! ¡Mera materia mutante evaporándose! Y mañana te presentarás sólidamente… ¿cuánto me demoraré esta vez en desgarrarte en unidades más pequeñas, que pesen menos, expiren más? Es tan largo, lento y tortuoso el proceso de transmutación… no importa, te desvanecerás y esparciré las partes del todo, estarás por doquier y en ningún lugar cabalmente, tu conformación perderá coherencia y tu sustancia valor: te desvanecerás. Y será un alivio.

Entonces confesaré la conservación de un sólo fragmento, cualquiera, un codo, un suspiro, un lunar, que ubiqué bajo mi almohada, y al desvanecerte perdurarás tan fugaz, liviano, bello e inconsistente como un sueño que al despertar olvidaré.

lunes, enero 21, 2008

Suena, por favor

I

El reloj acercándose a la media noche y en el velador, mi celular. Tentación apocalíptica, diamante sin protección, ingenua en brazos de un Don Juan, pecado original, chocolate olvidado en el mesón… mi celuluar…

Tan fácil, tan cerca. Sólo tendría que estirar el brazo, marcar los números que de memoria sé y…


II

-No llore más, mi niña, si va a volver, él la ama, va a volver…
-¿Y si no vuelve, mamá?
-¡Sí va a volver! Usted ponga el corazón duro no más y no lo llame. Cuando la empiece a extrañar, volverá.


III

No terminaba de abrir ambos ojos y mi mano rauda interrogaba bruscamente al teléfono móvil para que confesara por lo menos una llamada perdida.

Me sumergí en una refrescante ducha donde me lavaba las pesadillas de la noche ya muerta y me jabonaba con las que tendría que vivir un tercer día, apuré las gotas impaciente y aún destilándolas en toalla encendí el computador. Sin violencia ahora pasé a rogarle al celular que sonara. Suena, por favor, suena.

Una vez vestida y desayunando frente a la pantalla monté incansable guardia: un monito gris insistía en su color y sobre él se tatuaba un no conectado.

Mientras me ponía el pijama me di cuenta de mi metamorfosis en vigilante de mi propia prisión. Espectadora.



IV

Su vibrar contra el velador de madera me alertó y tropecé levemente antes de alcanzarlo y contestar.

-¿Vamos a bailar?
-No, gracias.

Desactivé la opción vibrar y dejé los ringtones personalizados.


V

Otro cigarro más y en aquelarre otro salud más. Humo y risas femeninas envuelven cualquier cosa y lo deforman. Cada cierto tiempo chequean si estoy bien; yo sonrío tranquila. Otro cigarro más, alguien vuelve a llenar mi vaso, todas hablan sobre cualquier cosa y evitan el tema; yo silencio. Un mareo lento, circular, me distrae. Todo se mueve, no me quejo, asumo los efectos secundarios de las drogas anestésicas de esta noche; yo inmóvil.


VI

-Gracias, mi amor, eso era todo lo que necesitaba –y sin contestar, colgué.

Volvió a sonar.

-Lo siento, mi vida, no puedo contestarte, lo sabes, pero gracias por llamar –dije en un susurro alegre abrazando el celular mientras aun sonaba. La felicidad era mía: me llamó.

lunes, enero 14, 2008

Terminar

Terminar… terminar pensé que era sólo eso, terminar de dar besos en la boca al saludarse y empezar a darlos en la mejilla; terminar de caminar de la mano y empezar a hacerlo por el propio camino –tal vez esa mano pueda estar cómoda también en el bolsillo-; terminar de recurrir a esa persona ante la aflicción y empezar a tratar de sonreír solito; terminar de compartir alegrías -que no se dividían en dos- y empezar a brillar individualmente… terminar. Sólo eso, terminar: dejar de hacer cosas. Pero no basta, terminar no es sólo dejar de hacer cosas, dejar de dar cosas: es quitar muchas.

Quitar lo regalado, quitar lo compartido, quitar lo prestado, lo cotidiano… Quitar derechos -eximir deberes-, quitar secretos, quitar verdades y remplazarlas por silencios, por risas corteses, por versiones incompletas, por lo justo y necesario.


Terminarlo todo es quitarlo todo y empezar sólo con lo justo y necesario.

viernes, enero 11, 2008

¿Quién me regala perlitas?

¿Quién me regala perlitas?
Las mías las perdí ayer,
o hace un par de días
en una pieza tibia
donde no volveré.

Se deben haber desprendido de mis orejas cuando me saqué el chaleco…
o tal vez cuando me abrazó…
o cuando jugaba con mi pelo…
o cuando caímos riendo en la cama y en el sillón…
o cuando nos besábamos compulsivamente en incontrolable jaleo

¿Quién me regala aros de perlitas, por favor?
Las mías se deben haber quedado en una pieza tibia
En el suelo por algún rincón
o entre los montones de ropa tirada, perdidas
pasando entre las pelusas desapercibidas

¿Será que el habitante de esa pieza las encuentre algún día?
¿Será que las guarde como un tesoro?
¿Como un recuerdo o como un estorbo?
Como mi presencia abandonó su vida
Las perlitas abandonaron mis orejas dejándolas vacías
sin adorno

Ahora me dejo el chaleco puesto
No quiero abrazos, ni juegos, ni pelo
No quiero camas, ni sillones, ni jaleo
Quiero que alguien me regale unas perlitas
Porque he olvidado las mías
Cuando abandonaba esa pieza de prisa
Sin un beso
ni una despedida

martes, enero 08, 2008

Llévame contigo en este sobre

Franco:

Llévame contigo en este sobre, déjame cuidarte yo, despega este último avión sin las penas del ayer… Esas se acabaron hace mucho. Te equivocaste, hermanito: no, no estamos iguales; no, no somos los mismos. Me aventuraría a decir que el cambio es para mejor. Y aunque no se note en lo superficial y nuestras sonrisas sean las mismas, aquí hemos sufrido mucho, y la pena enseña. No te quedes con penas viejas, ellas ya te enseñaron lo que podían, ahora date cuenta que tu papá no es el mismo, es mejor; que tu mamá no es la misma, es mejor; que tu hermana no es la misma, es mayor. Yo sé que quieres cruzar la cordillera, cerrar los ojos, ser lo más feliz posible y que cuando vuelvas todo esté igual… pero no lo estará. Por eso llévame en este sobre, quiero acompañarte en tu vida y mostrarte que no hay que huir de la pena, ni evitar lo desagradable, quédate, enfréntalo, aprende.

La distancia no es tan difícil como la pintan: uno se queda con las palabras bonitas, se evita todo los problemas molestos de la convivencia y la rutina. Y cuando al fin nos vemos, la reunión es una fogata donde tú me cuentas las anécdotas interesantes de tus historias, y donde yo te narro los capítulos destacados de lo que me ha pasado a mí. Un simple intercambio de novelas. Y te confieso: tengo miedo. Miedo a que cuando en dos años más vuelvas definitivamente, sigas viviendo a distancia, por evitar lo desagradable, como los evitas a ellos.

Las cosas más valiosas que he aprendido en estos dos años no han sido pasándolo bien, y yo quiero ser esa hermana que esté cuando me necesites, no sólo en amenas fogatas. No me evites a mí, yo no le tengo miedo a la pena, porque llorando y amando se supera. Le tengo miedo a la soledad. No puedo prometerte esta sonrisa de pendeja feliz, que te he ofrecido estos días de tu visita, como un estado constante. Voy a ser desagradable, pero te prometo ser tu hermana y que mis ojos, espejos de los tuyos, te seguirán esperando y apoyando a los papás –con los que hemos crecido tanto entre cigarro y cigarro- hasta que tu vida y las nuestras se puedan escribir en un mismo libro.

Llévame contigo en este sobre, porque tú te quedas conmigo en todo lo demás.