viernes, septiembre 18, 2009

Conjuro de amor

Con esta mano que acariciaste paciente dedo por dedo, en esta noche de luna llena, derramo la certeza de que volverás. Tú no lo sabes, pero volverás, para aprender a amar, y hasta que tus pasos no te traigan a mí todos tus caminos serás monótonos, sin pena, sin dicha, sólo sonrisas y lágrimas, ningún gesto reflejará la verdad de tu alma y ningún espejo tu identidad, sin poder conocerte ni entregarte jamás. Tus pies se cansarán, las piernas blandas, no existe en el mundo cama que pueda brindar a tu cuerpo reposo, y el alivio sólo llegará cuando tu mente recuerde mi nombre y me busques y me encuentres. Volverás, y el alivio se convertirá en sopor, y el sopor en hermoso y reparador sueño.

Con esta boca que te enseñó placeres tibios, en esta noche de luna llena, grito que me amarás. Porque yo vivía mis días y tú los mezclaste con los tuyos, porque te ofrecí risas y tú me pediste un te quiero, porque te pedí compañía y tú planeaste un futuro, porque me conformaba con tu voz preguntando por mi estado, y tú me regalaste sorpresas sólo posibles en cuentos de hadas… por eso me amarás, porque ahora, mientras te vas, y mientras te alejas sin que se te oprima el pecho, sé que no estás listo para eso, pero volverás, porque tú mismo escribiste el conjuro y elegiste mi voz, y ahora que te tapas los oídos, la luna danza conmigo y nos reímos porque siempre has dado el primer paso, porque siempre eres tú el que busca mis labios y el que sin previo aviso se congela asustado diciendo no te amo, dejándome con los brazos estirados. La luna lo sabe, una estrella se lo contó, la estrella que te trajo y que reconocí en tus ojos alumbrados de pestañas de sol. La Estrella de los Solitarios no se equivocó, ella sabe que eres tú, y yo sé que volverás, porque este es tu conjuro de amor, esta es la magia con la que teñí tu cuerpo, con mi lengua cada rincón.

Volverás niño, volverás cuando seas hombre, cuando lo hayas vivido todo siendo siempre un visitante, porque yo soy tu tierra, porque en mi vientre está el fuego que calentará tus manos, porque ya has conocido la profundidad de mis ojos almendrados, porque has provocado el gemido intenso y la lluvia de felicidad, porque puedes correr toda tu vida, pero volverás, porque necesitas aprender a amar, porque nunca imaginaste mujer de uñas fuertes y caricia de mar, porque jamás escuchaste vociferar teamos a un huracán, ni saboreaste besos dulces en el desierto inmenso, en el sentimiento eterno.

En esta noche de luna llena, con estas manos y esta boca mía, esparzo la luz blanca del conjuro que tendrá tu pecho atado, dejándote vivir en libertad siempre sediento, y cuando te hagan hombre los tambores del tiempo, volverás por el sorbo de vino de mis caderas que te embriague de la valentía que necesitas para desanudar los lazos de cargas añejas, ajenas. Sólo entonces tendrás la fuerza para admitir que hace años me elegiste para amar.

En esta noche de luna llena, existes tranquilo mientras te olvido, y a mi me tranquiliza la Estrella con un guiño, recordándome el único motivo por el que te dejo ir con un suspiro: el conjuro que llevas en la piel, en cada lunar, un conjuro de amor con mi nombre… tú no lo sabes, pero volverás.

jueves, septiembre 03, 2009

Dilema de hospital

Tengo que hacerlo, pero no sé si estoy preparada.

Sé qué veré en la habitación 24 a la vuelta del pasillo, me han narrado todas sus alucinaciones y descontroles corporales, me han mantenido informada sobre la forma en que lentamente se transforma en todo lo que siempre temió, no será ninguna sorpresa, mas no creo estar preparada…

Y surge el dilema y los sentimientos encontrados: verla una vez más, quizás por última vez, o conservar su recuerdo digno.

Estoy sentada y miro el pasillo por el cual desaparecieron mis papás. Debo reconocer que fue un alivio que el número máximo de visitas fuera dos, y casi una satisfacción renunciar a entrar primero. Miro el pasillo eterno, y sé que tengo que cruzarlo, sé que tengo que ser fuerte y ser el apoyo para la mamá, que tú a la distancia no le puedes brindar, te prometí estar de pie, muy firme y derechita a su lado, pasara lo que pasara, pero me tiemblan las piernas ahora que veo cómo vuelve por el pasillo el papá: viene a cederme el turno de ver a nuestra abuelita amarrada a una cama de hospital, creyendo que tiene veinte años y que se va a casar, pidiendo que le saquemos las manos de los bolsillos que tiene tan apretadas que no se puede mover, llorando porque cree que la agarraron a palos en el patio.

Miro el pasillo eterno -aunque podría asegurar que el papá se acerca a toda velocidad-, y pienso que debo cruzarlo, porque probablemente ella no logre hacerlo nunca más… dos semanas dijo el doctor…

No quiero que no recuerde mi nombre, no quiero que dude si me quiere o no, no quiero ver el vacío en sus ojos y la confusión en todos los gestos de su rostro, ¡no estoy preparada! Podría negarme a entrar, podría decirle a mi papá que no puedo, que él acompañe a mi mamá, y así conservar el recuerdo de esa abuelita cariñosa y buena para reírse, de esa Belita que amaba con todo su ser al Tata… ¡No estoy preparada! Sin embargo, ella no me esperará a que lo esté.

No hay dilema que resolver, pienso, mientras mis tacos hacen eco por el pasillo eterno. Un último respiro para despedirme de la imagen tierna que tenía, antes de entrar a la habitación 24.