miércoles, agosto 13, 2014

¡Adiós, Papito! Nos vemos en el cielo

    Gilberto Olivares, o Richard Gere, como se solía presentar muy humildemente,  es un hombre con dos almas: el alma de la fiesta, y un alma de niño.

      El alma de la fiesta porque es técnicamente imposible que pase desapercibido en reuniones sociales, siempre se ofrecía para animar cualquier evento del trabajo o familiar, le encantaban las luces y los escenarios, pero sobre todo la música. Muy pequeño empezó a tocar guitarra para poder cantar las canciones de Cat Stevens, luego fue el piano, la armónica, la flauta, el pandero, el acordeón… Qué coqueto que bailaba cueca, qué orgullosa que me sentía de compartir vueltas en ocho con un bailarín tan agraciado… ¿Y lo vieron bailar rock&roll con mi tía Vicky? Era digno de una película. Donde fuera que lo invitaran a canturrear llegaba con su guitarra y sus doce archivadores con canciones, porque se sabía sólo tres de memoria, y aprovechaba de contar los chistes que había escuchado y anotado en su celular para que no se le olvidaran.         

Y el alma de niño, escondida detrás de ese carácter fuerte, salía a borbotones para quien supiera escuchar. Escribía cuentos para niños, adivinanzas y sobre todo canciones infantiles, con seis volúmenes de “La Acuarela del Tío Gilberto”. Le encantaba el teatro y sobre todo los disfraces, tanto así que ayudó a su familia a fundar la tienda de disfraces de “El Duende Cajellero”, donde modeló varios de los trajes. Tiene la colección más impresionante que puedan imaginar de juguetes, más de mil figuritas de monitos de caricaturas. Aunque no es lo único que coleccionaba, supongo que surge de su deseo infantil de tener un museo, porque coleccionamos también monedas y billetes antiguos, estampillas, radios antiguas y victrolas, figuras de caballos, botellas azules y botellas de vidrio antiguas, conchitas de mar, adornos de bronce y autos de juguete. Siempre quiso ser como Walt Disney, a quien admiraba por construir un mundo de fantasía, y no se daba cuenta que efectivamente sí era como él, que sí construía a su alrededor un mundo donde todo era posible si trabajábamos duro para lograrlo.

Sin embargo, no voy a exagerar en mis palabras, sé que este hombre de dos almas podía tener una forma bien desagradable de decir las cosas, sin filtro, con una honestidad brutal, absolutamente incapaz de guardarse su opinión, y al mismo tiempo con una capacidad impresionante para poner nerviosa a la gente, para narrar las situaciones de tal manera de tener la razón y para ser más exigente que la voz de la consciencia. Ni se les fuera a ocurrir tener la televisión prendida mientras conversamos o interrumpirlo sin dejarle terminar su punto… La verdad es que podía ser bien pesado e impertinente, pero casi todas las veces hacía suyos los problemas que le contaban y trataba de buscarle una solución, ayudar de alguna manera. Y si era exigente, era porque quería que todos sacaran lo mejor de ellos mismos, que se superaran.

Cuando supimos que tenía cáncer, el 9 de agosto de 2011, les dije a mi papás: “Este es el plan: vamos a ser todo lo felices que podamos, todo el tiempo que podamos”. Y así lo hicimos, nos dedicamos a salir, a ir a comer a bonitos restaurants,  a ver películas, a asistir a conciertos, a leer muchos libros, a darnos el tiempo de tomar un café cortado, a tener muchas tertulias de vino y guitarra, de chistes y canciones. Nada se dejaba para mañana, la vida la vivíamos a propósito y  compartíamos cada instante, nos regaloneábamos, nos dábamos gustitos, nunca nos íbamos a dormir sin decir buenas noches.

              Pero lo que más hicimos para cumplir nuestro plan fue viajar. Mi papá siempre decía que una de las cosas que más le gustaba hacer en la vida era viajar. Así que en diciembre de 2011 envié a mis papás a Buenos Aires, en febrero 2012 nos fuimos al sur de Chile, en abril de ese mismo año viajamos a Disney gracias a Andrómaco, y en agosto conocimos la inigualable Isla de Pascua. En enero del 2013 fuimos a Río de Janeiro y Buzios, y en agosto al Cuzco y Machu Picchu. Tenemos miles de fotos de tantos bellos e inolvidables momentos.

              Fue una época extraña, porque era por un lado, el peor momento de nuestras vidas por esta desgarradora enfermedad sin cura, y al mismo tiempo, el mejor momento de nuestras vidas porque disfrutamos como nunca, las palabras cariñosas no se guardaban para después y las disculpas se pedían en menos tiempo. No sé si dejamos de tener otros problemas o las cosas que antes nos hacían problema ahora parecían simples y superficiales, todo por la urgencia de ser felices, ahora ya.

              Y cumplimos el plan, ¿cierto, mami? Me encargué personalmente de convertirme en la hada madrina de sus cuentos y nos dedicamos a cumplir sus sueños… Quedaron algunos sueños sin cumplir, como ver la parcela convertida en un parque, como ver el departamento que me compré terminado, como ver construida la casa de Manott, como ver crecer a su nieta… Sí, quedaron algunos sueños sin cumplir, pero estoy segura que aunque viviera hasta los cien años se iría con sueños sin cumplir, no porque no luchara por cumplirlos, sino porque no paraba nunca de soñar.

              Cumplimos el plan. ¿Y ahora? ¿Ahora que mi papito ya no estará? Bueno, ahora el plan es el mismo: ser todo lo felices que podamos, todo el tiempo que podamos, teniendo sueños que inspiren el futuro, pero viviendo el presente.

Siempre le preocupó la trascendencia, decía que él no se podía morir sin dejar una huella, un legado, y creyó dejarlo en las canciones que escribió y compuso, no sólo infantiles, también folklóricas y baladas. Pero su trascendencia va más allá de lo artístico, está en sus mensajes, en todas las personas que tocó con sus palabras mostrándoles otra manera de mirar, en todos a quiénes inspiró con su ejemplo de fortaleza, perseverancia y de disfrutar la vida a pesar de los problemas, de no dejarse abatir.


              Mi papá me enseñó que no es valiente quien no tiene miedo, es valiente quien, a pesar del miedo, sigue adelante. Mi papá me enseñó que no es fuerte quien no siente dolor, es fuerte quien, a pesar del dolor, sigue adelante. Así que no puedo prometer que no sufriré, de hecho, tengo miedo y esto me duele como  nunca nada me ha dolido, el dolor es incluso físico, pero sí puedo prometer que seguiré adelante. Él nos ha dejado muchas enseñanzas, nos dejó preparados para que podamos seguir adelante.