domingo, agosto 07, 2016

Color sol

Estamos en la terraza del último piso del hotel seleccionado para que me pudieras visitar mientras te visito. Me baño de esa tibieza color sol anaranjada en la piel, con gotitas brillantes de agua que aún no se absorben tras emerger de la piscina, y tú, desde la sombra contemplándome, fumando un cigarrillo, analizando si ponerte de pie o no, con miedo de si romperás la fantasía o de, si no lo haces, perder el momento.
Disfruto de pasearme en toalla, contemplando la vista y bebiendo una copa de vino; tú mirándome libidinoso y yo jugando a no saber cuánto te mueres por penetrarme. Jugando a que somos dos amigos literarios, y que simplemente viajé a tu país para compartir algunos textos, conocer tu ciudad y ese famoso atardecer.
Me inclino hacia ti, como para comentarte algo sobre el hotel, alguna banalidad, alguna duda logística, algo como “¿subirá mucha gente a la terraza a estas horas, o estaremos solos?”. Tú me contestas aprovechándote de la soledad, levantando mi toalla y agarrando con tu mano amplia mi trasero bronceado. Pego un leve gemido, me gusta sentirte poderoso, impaciente a mi cuerpo, y te pregunto:

-¿Me vas a mostrar la ciudad, o no? –paso mi lengua por tu cuello y me incorporo, porque también me gusta hacerte sufrir.
-Te voy a hacer el amor en esta terraza –me dices con rabia, mientras me alejo y vuelvo a cubrir con la toalla.
-¿Y si llega alguien?
-Nos verá.
-Lo dices como si fuera algo que enriqueciera la experiencia. Lo dices como si de verdad fuera a pasar, como si hubiera alguna manera en que me pudieras conquistar – y me voy riendo al dejar caer esas palabras.
-Preciosa, ya estás conquistada y sometida. Que no te des cuenta aún es encantador.
-¿Ah, sí? Al único que veo aquí impaciente de perder los pantalones eres tú –respondí ofendida y desafiante. Apagaste el cigarro y te levantaste al fin, y sin dejar de mirarme a los ojos te acercaste hasta que la distancia entre tu boca y la mía se pudo medir en suspiros.
-¿Ah, no? A la única que veo aquí sin pantalones, que tomó un avión y viajó a otro país para conocerme eres tú-. Me tomaste bruscamente por la cintura con tu mano derecha, haciendo volar las gotitas que aún humedecían mi cuerpo, y con tu mano izquierda apresaste mi cuello, obligándolo a aproximarse hasta el beso. Forcé para zafarme, molesta por la osadía, por la intrepidez, por el descaro… por la verdad… Solté la toalla, te saqué la polera y el sol contempló tibio nuestra exhibición.



Como puedes ver, las cosas que no han pasado entre nosotros ya han pasado de algún modo.