domingo, octubre 21, 2018

Perturbación


Cuánto disfruto cuando me miras mientras cantas, siento que buscas profundamente en mí, indagas, te sumerges en mis negros, y no me sueltas la mirada, quiero esquivarte, liberarme de tu atracción para no cometer otra vez el error; y al mismo tiempo, entregarme, dejarte que llegues a lo más hondo de mí: ven, ven, entra… pero no te siento, te veo, pero no llegas, porque no me buscas a mí, sino a tu propio reflejo exaltado por mi divina capacidad de embellecer cuando te topas con mis espejos oscuros. Y ahora, mi guitarra canta a tu voluntad, me quiero acercar, afinar juntos un acorde, pero ella se ha vuelto un muro insoslayable, infranqueable: la deseas más que a mí.

No voy a tratar de conquistarte, ya no hice una vez -vamos, ¿a quién engaño? Fueron dos o tres-, y me pediste que fuéramos amigos. Amigos. Tú también, ¿cierto? -me dijiste, y en mi silencio sorprendido, asumiste el otorgamiento. Pero no, querido, en mi boca no se ponen palabras, esas las pongo yo. En mi boca se ponen melodías y sentimientos, un compás perturbador, yo quiero ser perturbada, provocada; no embaucada, no conformada.

Me pareció que toda tu gracia, tu magia, tu porte, se desmoronó cuando me ofreciste migajas, ¡llévatelas! ¡Yo soy el pan! ¡Yo soy la vida! Cadera intensa que enciende y al fuego de mi vientre nacen los poemas, las frases por las que se muere con el corazón desgarrado. Soy colinas de placer, río que se bebe con la lengua hasta el amanecer, soy todo lo que esperas en una mujer y todo lo que te falta por conocer. Soy la voz que le da cuerpo a tu coro, que le da interpretación a tu técnica. Soy la que te transporta a un tiempo pretérito, con quien puedes hablar de ideologías y teorías, desmenuzar el mundo hasta su origen en horas de palabras rebuscadas, y atesorar para siempre en la belleza de nuestro lenguaje, de entendernos como nadie, del arte como forma de comunicación: cuando no estuviste conmigo, fuiste uno de esos, un humano más, de los que toman el celular para llenar el tiempo.

Tengo derecho a imaginar que, mientras no te miro, contemplas cómo cae mi pelo sobre mi rostro hasta mi pecho como seda que ansías tocar; pero sólo tocas las cuerdas de mi guitarra, aunque disfrutes escucharme mientras hablo, y mirarme mientras te escucho. Y tengo derecho a contradecirme, sé que fui yo la que dijo que no, la que prefirió la nada antes de la forma, sólo la forma del amor, pero sin su música esencial, sólo su coreografía, pero sin el sentimiento que la inspira. Sé que yo desprecié lo que me ofreciste, porque no me alcanza, así como la noche no nos alcanza, ni los días, ni la vida, para ser juntos, para conocernos los pensamientos… y entonces pienso, y me cuestiono, y me contradigo. Y quiero volver a por ello, a por ti, a por lo insuficiente que al menos existe, algo es algo… tan poco, pero algo. Tan poco, y al mismo tiempo, mucho más que tantos…

                Cuando sientas por mí lo que sientes por esa colega tuya, esa que te gusta, pero no sabes por qué; esa que encuentras bella, aunque se vea desarreglada; esa que, sin hacer nada, te hace suspirar. Cuando sientas por mí lo que sientes por ella, será distinto: conmigo sabrás exactamente por qué te gusto, podrás enumerarlo todo, no cabrá ni la sombra de la duda, ni la idea de capricho pasajero, ni la más mínima sospecha de que el sentimiento no es otra cosa que eterno, y no por designio de los dioses, sino porque con hechos, con detalles, con días que empiezan a media noche, con cielos e infiernos, se ha construido sonrisa a sonrisa lo que sientes por mí. A mí me encontrarás bella siempre y será evidente, porque mi belleza interior es supremacía a través de mis ojos que no envejecen y lo iluminan todo. Y tus suspiros, tus gemidos, y tus risas, tus canciones, surgirán espontáneamente, pero por todo lo que hacemos juntos, las sinfonías que podemos crear, no de la nada y sin razón.

Tu bailarina


Sólo basta que vengas y empieces a hablar, y yo tomaré de tu boca las cintas de colores con mis dedos hábiles, y las transformaré en un brillante baile. Dame la melodía y yo jugaré dándoles forma por los aires, a todas tus ideas les daré movimiento y energía para crear más, cientos, miles. Danzaré con ellas e incluso puede que cante sobre el ritmo que hayas elegido, pero con pasos nuevos, con letras que no esperabas escuchar, y que tal vez nunca hubieran nacido si no te hubiese dado por hablar.

A ti y a mí siempre nos amanece, no alcanza la noche para toda la música que hacemos; porque tan fácilmente afinamos, dame más cinta y daré vueltas entre tus colores, te envuelvo y te los muestro mientras se te fascinan los ojos. Los míos también brillan, porque se sienten libres, talentosos, la mejor bailarina de tu mente, iluminados de posibilidad.

Ahora calla, ahora escucha, y no quieras hacerme canción, resiste la tentación de exaltarme como concepto, renuncia a los ideales que buscan un bien común y confiesa tu propio bienestar, confiésate qué falta para que no hagan falta los acordes ni los poemas. Ya sé lo que piensas, ahora dime qué te hace sonreír, qué se roba tu aliento, y ese segundo en que respiras como si costara, como si no lo hicieras cada día, a cada momento.

domingo, octubre 14, 2018

Buenos Aires, II


He ido descubriendo que Buenos Aires es una ciudad que se bebe lento y a tragos cortos, como el café muy caliente. Es intenso y fuerte como un expreso bien preparado. Fue ingenuo de mi parte querer conocerlo todo de una vez, sería quemarse la lengua y perder la oportunidad de saborearlo bien. Quedaré con gusto a poco, lo sé, como rápido se acaba el breve expreso, obligándome así a pedir otro, a volver por más, a ahuyentar el sueño sólo por el placer de disfrutarlo otra vez.

                Cuando preparé mi viaje, me pareció que no había mucho que ver, nada tan deslumbrante: una catedral, los tribunales, el congreso, un teatro, un cementerio, un obelisco, y poco más, como todas las ciudades… bueno, también una casa de gobierno de un color poco común y Caminito, que sí parecía bastante único, pero me preguntaba dónde estaba la magia de la que todos hablaban. Sólo una vez recorriendo entendí que no se trata de lo que ves, sino de lo que sientes, de lo que te das el tiempo de vivir y habitar en esa ciudad.

                Sin embargo, Buenos Aires es traicionero, es publicidad engañosa que te susurra al oído un tango, que te cuenta cuentos Borges, Cortázar y Sábato, que te invita a una escenografía perfecta para el romance y la locura, y que te permite creer que tú puedes ser la protagonista de ese montaje, que cualquiera de esos atractivos argentinos -deliciosa mezcla entre italiano y latino- puede ser el galán misterioso, apasionado, tan masculino, casi violento al compás de Gardel, con esta atmósfera bohemia que deja el puerto entre la neblina del cigarro y el rojo de los labios en la calidez soberbia de un Malbec.

                Los shows, las presentaciones callejeras, no son más que un eco nostálgico que repite en coreografías aprendidas lo que tal vez, alguna vez, fue; lo que probablemente, hace mucho tiempo, algún loco como yo, fantaseó e inventó. La ciudad repite eternamente esa ilusión, que enloqueció a varios, que tal vez nunca existió, pero que sigue atrayendo a cientos como un hechizo, a quienes ingenuamente ansían encontrar el sentimiento de Piazzola, la sensualidad de los movimientos atrevidos, la pierna arriba, su boca en mi cuello cuando entrego al cielo el rostro, su mano sosteniendo mi espalda en el límite mismo de lo adecuado, casi descarado, nuestras caderas tan cerca. Nadie fantasía con la penetración, aunque la desee, sino con todo lo que lleva a ésta, y Buenos Aires hace una promesa que no puede cumplir. ¿Dónde están los hombres que representa el tango? ¿A quién le ocurren las historias que inspiran ese qué se yo? Buenos Aires es una gran obra de teatro, con personajes disfrazados, ¡un divino espectáculo!

Pero no te confundas, esta ciudad es para los románticos, lo que Disney para los niños: te hace creer en la magia, que todo es posible, que alguien, ahora mismo, al verme sola escribiendo acompañada por mi doble expreso, se levantará de su mesa y se me acercará. Valiente y descriteriadamente, se sentará junto a mí, y con sus ojos verdes resaltando en su piel trigueña, me dirá:

¾     ¿Cómo te llamás, linda?
¾     Valeria, ¿y tú?
¾     Facundo. ¿De dónde sos, belleza?
¾     De Chile.
¾     ¡Ah, chilenita, qué bien, bienvenida!
¾     Gracias.
¾     ¿Y qué hacés? ¿Andás con alguien?
¾     No, de paseo nada más, vine sola.
¾     ¿Cómo sola? ¿Por qué?
¾     ¿Por qué no?
¾     Porque te puede pasar algo.
¾     Eso es exactamente lo que quiero: que me pase algo, que me pase alguien, que me mires y te atrevas a acercarte, que quieras mostrarme la capital de beso en beso.

Esa era la prueba de fuego: un chico normal después de eso saldría corriendo, me tomaría por loca o puta.

Él respiró profundamente y puso su mano en mi pierna, antes de decir mirándome:

¾     ¿Vamos?