Tengo que hacerlo, pero no sé si estoy preparada.
Sé qué veré en la habitación 24 a la vuelta del pasillo, me han narrado todas sus alucinaciones y descontroles corporales, me han mantenido informada sobre la forma en que lentamente se transforma en todo lo que siempre temió, no será ninguna sorpresa, mas no creo estar preparada…
Y surge el dilema y los sentimientos encontrados: verla una vez más, quizás por última vez, o conservar su recuerdo digno.
Estoy sentada y miro el pasillo por el cual desaparecieron mis papás. Debo reconocer que fue un alivio que el número máximo de visitas fuera dos, y casi una satisfacción renunciar a entrar primero. Miro el pasillo eterno, y sé que tengo que cruzarlo, sé que tengo que ser fuerte y ser el apoyo para la mamá, que tú a la distancia no le puedes brindar, te prometí estar de pie, muy firme y derechita a su lado, pasara lo que pasara, pero me tiemblan las piernas ahora que veo cómo vuelve por el pasillo el papá: viene a cederme el turno de ver a nuestra abuelita amarrada a una cama de hospital, creyendo que tiene veinte años y que se va a casar, pidiendo que le saquemos las manos de los bolsillos que tiene tan apretadas que no se puede mover, llorando porque cree que la agarraron a palos en el patio.
Miro el pasillo eterno -aunque podría asegurar que el papá se acerca a toda velocidad-, y pienso que debo cruzarlo, porque probablemente ella no logre hacerlo nunca más… dos semanas dijo el doctor…
No quiero que no recuerde mi nombre, no quiero que dude si me quiere o no, no quiero ver el vacío en sus ojos y la confusión en todos los gestos de su rostro, ¡no estoy preparada! Podría negarme a entrar, podría decirle a mi papá que no puedo, que él acompañe a mi mamá, y así conservar el recuerdo de esa abuelita cariñosa y buena para reírse, de esa Belita que amaba con todo su ser al Tata… ¡No estoy preparada! Sin embargo, ella no me esperará a que lo esté.
No hay dilema que resolver, pienso, mientras mis tacos hacen eco por el pasillo eterno. Un último respiro para despedirme de la imagen tierna que tenía, antes de entrar a la habitación 24.
Sé qué veré en la habitación 24 a la vuelta del pasillo, me han narrado todas sus alucinaciones y descontroles corporales, me han mantenido informada sobre la forma en que lentamente se transforma en todo lo que siempre temió, no será ninguna sorpresa, mas no creo estar preparada…
Y surge el dilema y los sentimientos encontrados: verla una vez más, quizás por última vez, o conservar su recuerdo digno.
Estoy sentada y miro el pasillo por el cual desaparecieron mis papás. Debo reconocer que fue un alivio que el número máximo de visitas fuera dos, y casi una satisfacción renunciar a entrar primero. Miro el pasillo eterno, y sé que tengo que cruzarlo, sé que tengo que ser fuerte y ser el apoyo para la mamá, que tú a la distancia no le puedes brindar, te prometí estar de pie, muy firme y derechita a su lado, pasara lo que pasara, pero me tiemblan las piernas ahora que veo cómo vuelve por el pasillo el papá: viene a cederme el turno de ver a nuestra abuelita amarrada a una cama de hospital, creyendo que tiene veinte años y que se va a casar, pidiendo que le saquemos las manos de los bolsillos que tiene tan apretadas que no se puede mover, llorando porque cree que la agarraron a palos en el patio.
Miro el pasillo eterno -aunque podría asegurar que el papá se acerca a toda velocidad-, y pienso que debo cruzarlo, porque probablemente ella no logre hacerlo nunca más… dos semanas dijo el doctor…
No quiero que no recuerde mi nombre, no quiero que dude si me quiere o no, no quiero ver el vacío en sus ojos y la confusión en todos los gestos de su rostro, ¡no estoy preparada! Podría negarme a entrar, podría decirle a mi papá que no puedo, que él acompañe a mi mamá, y así conservar el recuerdo de esa abuelita cariñosa y buena para reírse, de esa Belita que amaba con todo su ser al Tata… ¡No estoy preparada! Sin embargo, ella no me esperará a que lo esté.
No hay dilema que resolver, pienso, mientras mis tacos hacen eco por el pasillo eterno. Un último respiro para despedirme de la imagen tierna que tenía, antes de entrar a la habitación 24.
6 comentarios:
Adoré a la abuela. Porque hay belleza en ella.
Ver a alguien querido en la postración, sin memoria, sin recuerdos, es terrible. No sé si esto es real o un relato, pero en prevención te hago llegar mi apoyo.
Besos transatlánticos ( y transandinos)
siempre creemos que las personas mantendrán una imagen, un ser suspendido en el tiempo cuando no nos damos cuenta que el tiempo sí pasa...
no ver por el bien de uno
o
ver por el bien de otro
finalmente, nadie se arrepiente de haber sido generoso
Vida que sobrecoge.
Gracias por tu visita. Ha sido cautivante leer esto.
Mis saludos.
Me gusto,
quisiera morir en la habitacion 24.
Saludos.
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