domingo, enero 27, 2019

Musas y magas

Debe ser bonito ser de esas mujeres que pasan por la vida livianas, casi flotando por las calles, inconscientes, y de pronto, sin percibirlo ni saberlo, ser observadas, capturadas en un poema, inmortalizadas en una canción, musas bellas, hadas mágicas que obtuvieron sus poderes por el toque encantado de un lápiz inspirado, bendecidas con el don de la vida eterna gracias a unos acordes fáciles al oído, profundos al corazón, de rápida recordación.

                Debe ser tan sublime ser fuente de inspiración, tener el don de detener el tiempo para otro ser humano, causar tal impresión que obliga a dejarlo todo y crear una pieza, una melodía, unos párrafos, para poseerla de alguna manera, hacerla suya al menos en su autoría.

                Me encantaría ser una de esas, señoritas de pelo al viento, con andar descuidado y a la vez perfecto, con sonrisa de postal, lista en todo momento para ser fotografiadas; y al mismo tiempo con absoluta indiferencia a todo cuanto las rodea, completamente ignorantes del hechizo que han provocado, una sed tremenda que somete al artista a perpetuarlas como si la mismísima capacidad de respirar una vez más dependiera de ello.

                Mas yo nunca seré de ellas, ninguna posibilidad, porque yo siempre estaré al otro lado: yo soy la que sostiene el lápiz y que lo guía con la urgencia de retratar todo lo que esa persona sólo con cruzarse por mis ojos brotó en mí, como lluvia primaveral sobre mi jardín listo y dispuesto, lleno de semillas prontas para florecer, sedientas de recibir sólo lo suficiente para convertirse en color…

                Y entonces, de repente, me pregunto: ¿quién es realmente el hada, la hechicera, la bella maga, la eterna? ¿La que, sin querer, se cruzó; o yo, la con la habilidad de transformar a un transeúnte cualquiera en un príncipe azul, en un caballero encantador, en un suspiro que entibia el corazón, que despierta la necesidad voraz, que desgarra dulce como el tango que se desangra y muere feliz, que te hace preguntar, entonces, por qué vivir?