Mi dedo toca varios interruptores, desconectándome del mundo, apagándolo todo. Así es mejor, porque se me antoja la cama, se me antoja la noche... Se me antoja un abrazo, un acompañante, pero los antojos son caprichosos y no se satisface el mío con ninguno de los postulantes. Tal vez la caprichosa soy yo.
La cama y la noche. Mi cuerpo con suave olor a jabón y crema humectante, recibiendo el suspiro de la cortina que baila con el viento de verano. Todo tiene sabor a ese día en que volviste y te quedaste las horas oscuras contándome lo perfecto que eras para mí. Debí fingir que lo ignoraba, al menos que lo dudaba...
Se me antoja el pasado, se me antoja ese momento ilusionado, maravillado de mutuo encantamiento. Y renunciaría al futuro, al derecho natural de avanzar en el tiempo, por ser feliz en la ignorancia, en la esperanza de la posibilidad.
Mi cuerpo y el suspiro tibio del viento. Las estrellas esperando que les hable; pero no tengo nada que contar, la luna lo sabe y me sonríe triste: por primera vez tengo el corazón vacío. Y se me antoja que atesore un nombre, tu nombre, pero para eso tendrías que volver a volver y eso es mucho pedirle a la noche de verano.