Ella los observa a todos y yo la observo a ella.
Noto cómo sus pupilas se mueven decididamente
a un extremo y otro de su cavidad ocular,
cree no ser percibida percibiendo a otros,
pero yo la percibo.
Es tan delgada,
su cuerpo toda una misma línea gris uniformada,
Liceo veintisiete creo leer,
pero su pelo también lineal puede confundirme los números al caer gravitatoriamente sobre ellos.
Liceo veintiuno tal vez.
Como si no creyera suficiente su estrechez de existencia,
no cambió sus ropas grises para apoyarse junto al gris muro
y desde allí, camuflada, escondida, espiante,
observarlos a todos, analizarlos a todos,
extirparles a cada uno sus virtudes y llevárselas en esos ojos que las convertirán en personajes perfectos e irreales de su cuento,
de su cuadro, de su canción...
no sé.
Y los observa y les despoja,
y la observo y juzgo.
¡Ladrona, ladrona! ¡Arréstenla!
¡Se las lleva, se las quita!
¡Ahí está! ¿Qué no la ven?
¡Que las devuelva! ¡Las lleva en sus ojos!
Ahí las esconde ahora, pero sólo por ahora,
porque después los publicará en alguna cosa que ella llame creación
y obligará a los usurpados a pegar derechos de autor
por sentirse identificados con sus propias virtudes,
historias, vestimentas, gestos, ¡vidas!
¡Quítenselas, que se las lleva!
Estúpidos...
Bueno, ignórenla y confúndanla con la pared si quieren,
omítanla, después se verán aplaudiéndola.
Su disfraz para mí es demasiado evidente
y sus ojos ladrones excesivamente descarados,
no la perdono.
Tú los observas a ellos,
y no sabes que así mismo te observo yo.
Aunque estemos en una estación de buses
a mí no se me hace normal que permanezca esa mochila a tus pies.
¿Por qué no la usas?
¿Por qué no te vales de su contenido?
Porque prefieres esos colores que te brinda el Liceo veintiuno
o veintisiete, u once o dieciséis
y que te hacen anónima.
¿Por qué muerdes tus uñas?
¿Por qué las reduces a muñones y las ingieres despreocupadamente?
Porque alimentándote de ellas conservarás esa delgadez
rectilínea y grosera,
vomitiva y reptílica
y que te hace anónima.
Dejas de observarlos a todos
y yo no renuncio a observarte a ti.
Finges ver la hora,
finges chequear tu pasaje,
finges preocuparte por los horarios de salida exhibidos,
pero finges.
Insistes en comer tus uñas y poco a poco te volteas,
me das la espalda.
Pretendes hacer cualquier cosa menos algo premeditado
y yo sé que recurres a tácticas sutiles para parecer
estar espontáneamente ocupada,
yo lo sé:
yo las ocupo.
No observas a nadie, y,
porque has tomado tu mochila y me has huido, ladrona,
yo no te observo a ti.
Sin embargo aquí me quedo escribiéndote,
robándote.
Eres mía.
Yo te observé.