Estamos en la
terraza del último piso del hotel seleccionado para que me pudieras visitar mientras
te visito. Me baño de esa tibieza color sol anaranjada en la piel, con gotitas
brillantes de agua que aún no se absorben tras emerger de la piscina, y tú,
desde la sombra contemplándome, fumando un cigarrillo, analizando si ponerte de
pie o no, con miedo de si romperás la fantasía o de, si no lo haces, perder el
momento.
Disfruto de
pasearme en toalla, contemplando la vista y bebiendo una copa de vino; tú
mirándome libidinoso y yo jugando a no saber cuánto te mueres por penetrarme.
Jugando a que somos dos amigos literarios, y que simplemente viajé a tu país para
compartir algunos textos, conocer tu ciudad y ese famoso atardecer.
Me inclino
hacia ti, como para comentarte algo sobre el hotel, alguna banalidad, alguna
duda logística, algo como “¿subirá mucha gente a la terraza a estas horas, o
estaremos solos?”. Tú me contestas aprovechándote de la soledad, levantando mi
toalla y agarrando con tu mano amplia mi trasero bronceado. Pego un leve
gemido, me gusta sentirte poderoso, impaciente a mi cuerpo, y te pregunto:
-¿Me vas a mostrar la
ciudad, o no? –paso mi lengua por tu cuello y me incorporo, porque también me
gusta hacerte sufrir.
-Te voy a hacer el amor en
esta terraza –me dices con rabia, mientras me alejo y vuelvo a cubrir con la
toalla.
-¿Y si llega alguien?
-Nos verá.
-Lo dices como si fuera algo
que enriqueciera la experiencia. Lo dices como si de verdad fuera a pasar, como
si hubiera alguna manera en que me pudieras conquistar – y me voy riendo al
dejar caer esas palabras.
-Preciosa, ya estás
conquistada y sometida. Que no te des cuenta aún es encantador.
-¿Ah, sí? Al único que veo
aquí impaciente de perder los pantalones eres tú –respondí ofendida y
desafiante. Apagaste el cigarro y te levantaste al fin, y sin dejar de mirarme
a los ojos te acercaste hasta que la distancia entre tu boca y la mía se pudo
medir en suspiros.
-¿Ah, no? A la única que veo
aquí sin pantalones, que tomó un avión y viajó a otro país para conocerme eres
tú-. Me tomaste bruscamente por la cintura con tu mano derecha, haciendo volar
las gotitas que aún humedecían mi cuerpo, y con tu mano izquierda apresaste mi
cuello, obligándolo a aproximarse hasta el beso. Forcé para zafarme, molesta
por la osadía, por la intrepidez, por el descaro… por la verdad… Solté la
toalla, te saqué la polera y el sol contempló tibio nuestra exhibición.
Como puedes ver, las cosas que no
han pasado entre nosotros ya han pasado de algún modo.