sábado, julio 07, 2007

Mi vecino, el gigante

Yo vivía cerca de un gigante. Era mi vecino. Era tan grande y hermoso que cada vez que nos topábamos yo me obligaba a mantener mi cabeza gacha para no admirarlo; y cada vez que en su ausencia su nombre pretendía volverse suspiro, yo lo obligaba a no ser más que un conjunto de letras, letras grandes, pues era un gigante, pero sólo letras.

Los humanos somos seres de costumbre, y yo condicioné mi cerebro para abortar cada reflexión acerca del gigante que me constaba sería mi sonrisa permanente, pero yo era humana y él gigante, mi sonrisa era demasiado pequeña para provocar la de él, así que me prohibí pensar que podría ser sonrisa, era gigante, mi vecino, nada más. No lo amaba, nunca me permití el tiempo suficiente para terminar de enumerar sus virtudes y hacer irreversible mi profunda e inútil entrega. Así que nunca lo amé. Era tal vez demasiado grande para mí, y por eso me contenté pensando que seres igualmente grandiosos serían sonrisa para él.

A veces compartíamos un rato, y me otorgaba sus oídos cortésmente, que yo sabía no escuchaban mis palabras, y me dirigía sus ojos benevolentes, que yo sabía no veían mi figura, y me ayudaba dispuesto con sus manos, que yo sabía no me sentían, y me regalaba sus gestos, que yo sabía no tenían intención.

A veces compartíamos un rato, hablábamos de lo lindas que estaban creciendo las frutillas, de lo difíciles que estaban los tiempos bajo nuestro sol de cuento… Él me decía que comer honguitos era despreciable porque uno podía morir envenenado, y yo habría dejado de hacerlo por darle en el gusto y hacer que sus altos ojos brillaran más aún, pero, ¿realmente cambiaría en algo nuestra situación? ¿Realmente si yo no comiera honguitos habría bajado su ángulo recto de visión para verme viéndome? Otras veces él me contaba sus sueños magnánimos, sus aspiraciones gigantes, y yo quedaba deslumbrada, no podía más que confirmarle que las cumpliría, pero como enorme era todo en él, titánicas eran sus frustraciones y desilusiones… Yo trataba de consolarlo, de explicarle que la naturaleza de mi especie era muy lejana a su gigante corazón noble, pero nada mío surtía efecto en él, como nada suyo permitía yo que surtiera embrujo en mí.

En una de esas conversaciones que teníamos sólo por tenerlas y sin dejar que ninguna palabra pesara más de lo que el aire requería, me contó que se había enamorado de Pulgarcita. Gigante amaba a Pulgarcita. Y yo desesperé.

Mis brazos eran más largos que los de ella y podrían darle abrazos más apretados; mis labios eran más gruesos que los de ella y podrían en los suyos parecer un roce al menos; mi voz podría gritar más fuerte un te amo; mis piernas más grandes podrían caminar más distancias junto a él; mis manos más extensas podrían secar más lágrimas desconsoladas; mis sueños eran más idealistas que los de ella y podrían parecerse más a los de él… Yo desesperaba.

¡Pero Gigante! ¿Cómo es posible? ¡Tú mereces alguien mejor, alguien a tu alta altura! ¡Pero Gigante! ¿Qué has visto en ella? ¿Cómo la has podido ver, si es tan diminuta? ¡Pero Gigante! ¡Dime por qué! ¡Pero Gigante! ¿Realmente crees que con su pequeñez podrá satisfacer tu vida? Al menos yo podré satisfacer la suya, me dijo; y yo callé.

Mi gigante sonreía. Pulgarcita era su sonrisa.
Y el gigante realizó gigantes actos y conquistó el pequeño corazón de Pulgarcita. Y yo volví a mantener mi cabeza gacha en su presencia y seguí no amando al gigante porque continué en mi acto reflejo de desplazarlo de mi mente cada vez que sus virtudes se asomaran. Y el gigante se quedó con Pulgarcita. Y yo me quedé aquí, dejando a los gigantes para las fantasías y odiando a las pulgarcitas que admiro. Y yo me quedé aquí, todavía sin amar, pero ya conciente de que para mí sólo existen los humanos, nada más que humanos, corrientes, tamaño normal, como yo, una más, de igual a igual.

3 comentarios:

Miguel Rodríguez dijo...

pasé por acá, devolviendo tu visita y agradeciendo tus palabras. Cuanta pasión e imaginación en tus palabras.
te dejo saludos!

Munhti dijo...

Escribes muy bien, me encantó.

Llegué porque eres amiga de Fernando o algo así, seguiré visitándote, si tuviera ánimo te diría cosas más interesantes. Tendrá que ser alguna otra vez.

Adiós.

Jove Kovic dijo...

Espléndido, me deslumbran tus textos. Nunca pensé que el no hacer pudiera estar tan lleno de belleza.
Una manera sorprendente de hablar de la pasión sometida,¿ por voluntad propia, por el miedo, tal vez? Sólo es una pregunta, me desarma esta lucidez hablando de la pérdida.