viernes, julio 20, 2007

Eternidades

Me bajo de la micro repleta y quedo frente a un cielo y a un mar.

-¡Avisa antes, po’! –grita el conductor en furia ante mi solicitud sin paradero autorizado.

-¡Ay, mijita, me pisó! –parece que también se escucha cuando mi zapatilla abandona el último peldaño.

El anaranjado intenso, obsequiado a las nubes delgadas por quien ya se escondía, me petrificó al borde del mirador. Ahí me quedé: un atardecer.

-¡Qué lástima que él no esté a mi lado para disfrutar mejor esta belleza!

Y comprendí que, incluso en su ausencia, los colores que me tenían absorta entrarían por mis ojos. Mis ojos estaban ahí, no necesitaban los de él para que esa imagen fuera bella: disfruté.

El cielo se había sublevado, plagió un mural de Miguel Ángel. El mar callaba pues se sabía ladrón también de las palabras de Neruda para definir su propio ser.

Tan imponentes eran estas dos eternidades, que me olvidé que yo existía. La naturaleza parece más real en fotos que en su presencia: demasiado bella, demasiado perfecta, demasiado.

El naranjo intenso ya no poseía ese adjetivo calificativo y mutaba en rojo, en morado… Los verdes intrusos que contrastaban las nubes se tornaban celestes, azules… Un beso saldo a mi cara desvió mis pupilas del cielo, observé el mar: también se sabía admirable y quería recordármelo.

La sublevada ahora era la espuma que incitaba a que se elevaran más y más las olas, que empararan las piedras, que intimidaran la orilla.

El cielo menguaba. El mar parecía dichoso.

Salí de mi ensimismamiento para agitarme en conjunto con el mar. La noche era nuestra y el movimiento ondulante se violentaba, se excitaba… ¡Grita, grita! La ola rompía estruendosamente opacando a la nube, yo con la noche sobre nuestras existencias me sentí libre, bailaríamos todos en compases rápidos, ritmos exacerbados, movimientos apasionados… ¡Noche!, ¡Noche negra, bésame!

Y el estupor frenó mi impulso de alteración que me sabía a eternidad: ¿y el naranjo?, ¿y el verde?, ¿y el color regalado del sol?

¡Cielo, únetenos!

Pero el cielo ya había disfrutado el orgasmo con esos instantes cortos, con su belleza fugaz, con el atardecer brevísimo… Nos dejaba al mar y a mí en soledad: nuestra juerga era demasiado prolongada y extenuante para él, demasiado tangible…

Yo era el exceso. Él la sutileza.

Y comprendí por qué estaba admirando sola las eternidades.

3 comentarios:

Kuhane dijo...

Me gusto como desprendes palabras, como se van solitas por tu camino y abren los brazos a nuevas sendas (en las pupilas, en la piel, en los parietales)

Beso nena, y gracias por visitarme.

Estamos en lectura.

Giany.

| Ofelia Waltz | dijo...

"Y comprendí que, incluso en su ausencia, los colores que me tenían absorta entrarían por mis ojos. Mis ojos estaban ahí, no necesitaban los de él para que esa imagen fuera bella: disfruté.

El cielo se había sublevado, plagió un mural de Miguel Ángel. El mar callaba pues se sabía ladrón también de las palabras de Neruda para definir su propio ser.

Tan imponentes eran estas dos eternidades, que me olvidé que yo existía. La naturaleza parece más real en fotos que en su presencia: demasiado bella, demasiado perfecta, demasiado"

Me muero...has descrito algo que, amm en un momento me recordo a cuando digo: Hay tanta belleza afuera...

Es bueno toparse con alguien que también lo sabe, pero de una manera diferente...eres diferente :)

Gracias por aquella visita. Nos vemos tras la luz, en otro click y quizás algún día en el mismo fotomatón...

Munhti dijo...

El exceso... toda la razón, eres precisa, acertada, eres diferente como dijo la madame por ahí... creo que se conociste a las dos que están ahí por mi culpa así que bacán...

Nos leemos, ando muy cero aporte hoy.