domingo, agosto 22, 2010

La última noche y mañana

Mañana me lo va a decir, al fin me lo va a decir. He esperado casi un mes por una respuesta y mañana la tendré… tal vez si yo hubiera esperado más, ésta sería positiva… Pero ya decidió, y está bien, sólo hace lo que encarecidamente le pedí: “¡bésame o rómpeme el corazón de una vez por todas!”. Esta noche debo prepararme.

Sólo tengo esta noche, porque mañana me lo dirá, dirá que no quiere hacerme daño, que soy una gran mujer, que ya encontraré a alguien que me merezca, alguien mejor; dirá que siga adelante con mi vida, que gracias por todo, pero que no me ilusione, que lo intentó, que no funcionó… tal vez me ofrezca su amistad como consuelo, algo que forzosamente deberé rechazar porque evitará mi presencia de todas formas protegiéndome de vanas esperanzas…

Eligió romperme el corazón, lo sé. Y mañana me lo dirá. Debo asumirlo esta noche para no sorprenderme mañana, debo llorar con esta luna para no hacerlo mañana, debo dejar de creerle a las estrellas y volver a recurrir a Dios si realmente quiero que se abra el cielo, porque mañana todo será infierno. Me lo merezco por pagana, me lo merezco por impaciente, me lo merezco por haber arruinado otra vez, increíble, ¡otra vez!, un intento de la vida que insistió en devolverme a mi príncipe azul… ¡Ríndete vida!, no soy la Julieta de este drama, sólo soy un obstáculo más para el final feliz de la real protagonista, soy la hermanastra malvada para la pobre Cenicienta, ¿cómo pude estar tan equivocada?, ¿cómo no me di cuenta que no llevaba en mis pies ningún zapatito de cristal?

Esta es la última noche, la última noche de mi vida, de mi vida que se va, porque no se juega con magia, porque los conjuros se devuelven, porque las brujas siempre terminan mal, mueren casi siempre, y mi corazón morirá mañana a manos de la daga implacable de sus palabras, ni sangre quedará con la cual escribir mi agonía; por eso debo preparar mi epitafio esta noche, la oscuridad donde aún poseo latidos, es menester aprovechar estas últimas horas donde aún no hay dolor, sólo certeza de tortura, consciencia de justicia. Pues no albergo ni la más mínima duda: hoy me pidió que habláramos mañana; si su respuesta fuera el beso, por sus miedo y por la lógica de que todo lo bueno cuesta y llega a su debido tiempo, no se habría resulto en menos de un mes. Es cierto que nuestros fugaces encuentros, con el calendario de los cometas, llevan años cruzando mi cielo periódicamente, iluminándolo todo con su hermosa estela de polvos de Estrella de los Solitarios, mas sería masoquista permitir la más diminuta de las esperanzas, los tambores del tiempo suenan y suenan, pero sólo anunciando la proximidad del verdugo y de mi juicio final: mi último deseo es un sorbo de vino que me embriague de la valentía que necesito para desanudar culpas añejas, ajenas, arrepentirme, superar el miedo, mi miedo, y no llorar, porque tú no lo sabes, pero no volverás, y la única razón por la que te dejo ir con un suspiro, es que no llevas amor para mí guardadito, ¡salva a Julieta del suicidio!, y vivan felices para siempre. A mí me queda el consuelo de que conocí la profundidad de tus ojos alumbrados de pestañas de sol, me quedo con tus ojos, y con la tenue esperanza, de una estúpida que no aprende de sus errores y siente lo mismo, de que mañana me dirás “yo tampoco puedo seguir cerrando los ojos, cariño”.

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