domingo, septiembre 26, 2010
El plan
domingo, septiembre 05, 2010
El fin de la espera
No me arrepiento ni de los besos ni de las caricias que te di, tampoco de haberte negado que hiciéramos el amor, porque era el punto justo de entrega, el reflejo físico de nuestros sentimientos: cariño y pasión, que aún no llegan a lo más profundo. Y fue muy lindo, sentir nuestra desnudez abrazándose, como si fuera lo correcto, lo más natural del mundo, los besos y los movimientos espontáneos tan coordinados, como sabidos desde siempre, coreografía de almas gemelas…
Me preguntaste por qué te amo. Y enumeré: porque tienes los ojos más hermosos que he visto, porque eres tan inteligente y a la vez tan ingenuo, porque tocas piano y guitarra, porque te gusta bailar, porque juegas cartas, porque eres más alto que yo, porque a mi familia le encantas, porque haces sorpresas, porque me haces sentir linda y especial. Entonces me retaste. Dijiste que no podía siempre necesitar de otro para validar que soy linda y especial, me dijiste ¡ya lo eres!, no me necesitas a mí para eso. Y tus palabras me tocaron como el reflejo de un espejo y te di la razón. No obstante me quedó dando vueltas la pregunta, ¿por qué te amo? No amo una sumatoria de cualidades, amo la certeza de que seríamos buenos compañeros de vida, de que podríamos envejecer juntos sin aburrirnos, de que podría amarte hasta el fin de mis días.
Te pedí que te quedaras conmigo, querías, lo sé, pero tenías un compromiso, un cumpleaños que compartir con ella tal vez… Y entonces lo vi. Vi en tus ojos hermosos la desconexión, la señal de que no tienes prisa, de que no estás listo para volver. Ay, mi niño, no sabes cómo me dolió ver en tus ojos que no, que nuevamente no. ¡¿Qué demonios pasa contigo que no creces, que no maduras de una vez?! ¿Qué demonios pasa conmigo que no te olvido de una vez?
Si fueras un poquito más valiente, un poquito más hombre… si me quisieras un poquito más… Mis palabras te tocaron como el reflejo de un espejo y me diste la razón: si tan sólo un poquito más… Etapas distintas de la vida, dijiste, y yo pensé ¡pamplinas! Pero es verdad, sólo me queda olvidar.
Debo admitir que me enterneció tu infantil respuesta: “¿y qué pasa si me olvidas y yo vuelvo a conquistarte?”. Tal vez ya no esté aquí. Y espero no estarlo, no esperar más el milagro ni regalos planetarios, no quiero que vuelvas porque a las estrellas se lo he rogado. Quiero seguir con mi vida, quiero ser feliz, quiero que algún día alguien quiera hacerme feliz. Y ese no eres tú. Tú sólo disfrutas de la felicidad que yo te doy. Y no te culpo, asumo mi responsabilidad, te he malacostumbrado, malcriado, mi niño bello. Pero ya no más, ahora viene el castigo severo. No para ti: para mí. Porque no soy tu madre, no es mi rol enseñarte. ¿Quién soy yo para educarte en el sentimiento? Yo amo así, ¡tan intenso! Pero no quiere decir que sea lo correcto. No debo esperar a que aprendas, debo aceptar que nunca se te encenderá el corazón con el fuego que entibiará mi hogar. Debo olvidarte y resignarme, debo aceptar que con tu fuego moriré de frío. Yo necesito más. Yo necesito amar a un hombre, no jugar con un niño.
“Cuando las cosas están cerca no las quiero, y cuando están lejos las echo de menos”… ay, maldito afán masculino… pobrecitos ustedes, así es imposible la felicidad. Y yo me iré lejos, si logro hacer tripas el corazón, no para que me eches de menos, sino para buscar una especie más sana de amor. Porque de eso sé, sé de amar, no de miedos, no de cobardías, no de huídas al sufrimiento. Saber de amor es saber de dolores, y sufrimiento es una medallita de oro que llevo orgullosa en el pecho, porque me permitió la plenitud de la vida, respirarme la primavera, beberme el invierno todo, ser una con la existencia y fuerte con la adversidad, nada da miedo cuando llevas amor por dentro… Y tú tienes tanto miedo a sufrir, que me hace pensar que no tienes una gota en tu sangre de ese sentimiento. Así no vale la pena, prefiero que te quedes con ella y sean moderadamente felices en su existencia cómoda. Yo, aunque me quede sola, peregrinaré peleando batallas, dejando mi sangre en los campos, amando a la flor y a su prado, iré por la vida como los héroes, y moriré joven con un cuerpo embellecido por cicatrices, porque no recordamos en nuestros libros a los que viven más, sino a los que viven mejor, y yo llevaré en mis viajes un cuaderno donde escribiré el testimonio de mis ojos que presenciaron la vida. Cuando muera, podrás leerla para conocer cómo se veía.
Porque eres un principito y yo no soy princesa, no tengo torre ni quiero construirla para esperarte sola y paciente en ella. Yo soy hechicera, que combina esencias, que baila con largas faldas y sus pies en la tierra, que bendice, que maldice, que llora, que ríe, que corre, que vive, que hace lo que esté a su alcance para lograr lo que quiere. Soy hechicera que puede sacar su espada y matar, soy hechicera hermosa que puede llorar con la belleza de un atardecer. Y tú eres un principito que gusta de lo que no puede tener, que rechaza lo que tiene, ¡te amo! Pero he de olvidarte, porque en mi peregrinaje necesito la compañía de quien me cuide aún no estando en peligro, de quien luche por mí aún teniéndome a su lado.
Te deseo lo mejor, tú deséame suerte y fuerza para desterrar el poema de tu nombre que versé en mi corazón.