No sé lo que está diciendo, podrían incluso ser solo barbaridades e insultos, pero se me presenta ya casi como una certeza mi irremediable enamoramiento: me estoy enamorando de su voz.
Sin embargo, el sentimiento no brota caprichoso por su simple emisión y el que llegue a mí en sonido: es más sublime que eso. Mariposas se liberan de su capullo cuando esa voz masculina se emula suave, juega despreocupada, adquiere formas dulces, se regocija en sí misma y se entrega en posiciones francesas.
Es un perfume de belleza obvia, comúnmente reconocido, pero no por eso las rosas dejan de ser hermosas, y hermosa esa voz ruboriza mis mariposas al punto de sentirse indignas de posarse en sus pétalos, los pétalos de ese aire que hizo metamorfosis en idioma.
Porque he escuchado a la misma persona hablarme horas en el dialecto compartido, y aunque mis labios le sonríen, la primavera se desata cuando su boca se dispone en posiciones que me son ajenas y florece esa voz profunda que algo le explica a una compatriota. Podrían ser barbaridades, injurias, no obstante, su aliento articulado en palabras francesas me sabe a declaración amorosa, a promesa inquebrantable, a deseo cariñoso y desenfrenado, a propuesta indecente pero caballerosa… Y entonces se me llena de pajaritos la cabeza, las mariposas se esconden en mi vientre (¡maldita primavera!), me enamoro de esa voz que me toca tan profundo en instintos irracionales, ondulando felinamente, contorneándose sensualmente, apoderándose del espacio todo, con el aroma romántico creado por la danza de su lengua y sus labios.