No tengo otra manera de llegar a ti que la imaginación. No puedo acariciarte de otra forma que con palabras. Palabras que te es imposible leer o escuchar, imposible saber que existen, que te las he escrito, y que se inspiran en un recuerdo tan breve de tu ser.
No sé mucho de ti, y lo poco que mi memoria atesora se alberga como un sentimiento cálido suficiente para esta ingenua que toma las aseveraciones de tus labios por verdades. No hay testigos ni fuentes que corroborar, ni las necesito. Me basta la tibieza que provocó el saber de tu existencia en este mundo de rutinas y deberes, donde escasea la magia de los encuentros casuales y la sorpresa de almas semejantes. Me basta tu nombre y lo que tu boca declamó esa primera vez donde no había nada que perder y la escueta probabilidad de coincidir.
Hay tanto que ignoro, y al mismo tiempo, nada que quiera indagar. Si aparecieras una segunda vez en mi vida, no preguntaría nada, conozco de ti lo suficiente para estirarte mi mano con la invitación de acompañarnos otras noches, ojalá también otros días... tal vez los labios además.
Mas la magia escasea, y creo que volver a ver tu rostro, para esta vez memorizar tus facciones, es mucho pedirle a la ciudad.
Esta luna me conformo con la tibieza, con el tenue candar que permite lo vivido; no sé si el amanecer tenga tan poca ambición.