Sus ojos aguamarina certeramente se clavaron en los míos, su tiro no dudó un segundo, no se desvió un milímetro, directo al blanco me iluminó, me capturó con sus ojos precisos, preciosos.
Giro levemente el ángulo para liberarme y pestañear, para sentirme dueña de mí misma otra vez, para recordar que el mundo es más que sus ojos, que no se ha detenido y que existen otros colores, otra realidad distinta que su ser, aunque parezca inconcebible, aunque se me haga despreciable la sola idea, aunque en sus ojos sintiera que no había más búsqueda sólo certeza y pertenencia, que al fin, que era él y era yo.
Y entonces, mi mirada se topa con un nuevo destello, una luz enceguecedora, encandilante artilugio proveniente de su mano fuerte que casi me apunta, que me pareció me indicaba, me mostraba como un ataque, me sometía y rendía con su fulgor, casi caigo de rodillas, mientras el mundo entero se derretía: su argolla de matrimonio.
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