Ya no te
quiero. Y ese es precisamente el problema.
Yo
voy viviendo y de repente la vida me cruza algo que me recuerda a ti, algo que
te gustaría mucho y me dan ganas de mostrártelo para que sonrías, o algo que no
te gustaría nada y mostrártelo para que nos riamos juntos de eso.
Yo sigo
viviendo, y la vida me hace tropezarme con un recuerdo, con algo que hicimos
juntos, de cuando éramos un nosotros, y se me aprieta el pecho, y te extraño, y
nos extraño, cuando vivíamos en los días de lindos panoramas mientras moría el
verano, pero sobre todo de los simples momentos cuando te acostabas en mi cama
y comíamos algo viendo series.
Yo
sigo viviendo, pero de pronto recuerdo cuando no podías parar de besarme por la
ternura de verme llorar con una película, cuando se te desesperaban las manos
por abrazarme y tenerme cerca, cuando te daban los nervios por quererme tanto y
escuchar “yo también”, casi no creyendo la suerte de ambos sentir lo mismo, en
el corazoncito y en la piel…
Yo
sigo viviendo, pero esos recuerdos me estremecen el pecho, que me pide volver a
sentirme así, volver a verte, volver. Y cuando te escribo un mensaje, sobre
todo cuando me lo contestas, un salto de alegría se apodera, justo antes de que
se instale el temor y la duda, porque ¿y para qué? ¿Para qué, si ya no te
quiero?, porque ya no me quieres, porque ya se terminó, porque incluso si
volvieras por tu propia voluntad, ya no quiero que vengas, porque ya no eres el
mismo hombre con el que construí esos recuerdos, el que se atrevió a vivir
conmigo la aventura de estar juntos a pesar de sus dificultades y sus riesgos.
Ya no te quiero, porque ahora eres el hombre que, ante las primeras peleas, se
acobardó, dijo no puedo, no estoy listo, y sin si quiera intentar enmendarlo,
me abandonó.
Por
eso es un problema, porque te recuerdo y te extraño, porque me acuerdo y ya no
te quiero a mi lado.