Cuánto disfruto
cuando me miras mientras cantas, siento que buscas profundamente en mí,
indagas, te sumerges en mis negros, y no me sueltas la mirada, quiero
esquivarte, liberarme de tu atracción para no cometer otra vez el error; y al
mismo tiempo, entregarme, dejarte que llegues a lo más hondo de mí: ven, ven,
entra… pero no te siento, te veo, pero no llegas, porque no me buscas a mí,
sino a tu propio reflejo exaltado por mi divina capacidad de embellecer cuando
te topas con mis espejos oscuros. Y ahora, mi guitarra canta a tu voluntad, me
quiero acercar, afinar juntos un acorde, pero ella se ha vuelto un muro
insoslayable, infranqueable: la deseas más que a mí.
No voy a
tratar de conquistarte, ya no hice una vez -vamos, ¿a quién engaño? Fueron dos
o tres-, y me pediste que fuéramos amigos. Amigos. Tú también, ¿cierto? -me
dijiste, y en mi silencio sorprendido, asumiste el otorgamiento. Pero no,
querido, en mi boca no se ponen palabras, esas las pongo yo. En mi boca se
ponen melodías y sentimientos, un compás perturbador, yo quiero ser perturbada,
provocada; no embaucada, no conformada.
Me pareció que
toda tu gracia, tu magia, tu porte, se desmoronó cuando me ofreciste migajas,
¡llévatelas! ¡Yo soy el pan! ¡Yo soy la vida! Cadera intensa que enciende y al
fuego de mi vientre nacen los poemas, las frases por las que se muere con el
corazón desgarrado. Soy colinas de placer, río que se bebe con la lengua hasta
el amanecer, soy todo lo que esperas en una mujer y todo lo que te falta por
conocer. Soy la voz que le da cuerpo a tu coro, que le da interpretación a tu
técnica. Soy la que te transporta a un tiempo pretérito, con quien puedes
hablar de ideologías y teorías, desmenuzar el mundo hasta su origen en horas de
palabras rebuscadas, y atesorar para siempre en la belleza de nuestro lenguaje,
de entendernos como nadie, del arte como forma de comunicación: cuando no
estuviste conmigo, fuiste uno de esos, un humano más, de los que toman el
celular para llenar el tiempo.
Tengo derecho
a imaginar que, mientras no te miro, contemplas cómo cae mi pelo sobre mi rostro
hasta mi pecho como seda que ansías tocar; pero sólo tocas las cuerdas de mi
guitarra, aunque disfrutes escucharme mientras hablo, y mirarme mientras te
escucho. Y tengo derecho a contradecirme, sé que fui yo la que dijo que no, la
que prefirió la nada antes de la forma, sólo la forma del amor, pero sin su música esencial, sólo su coreografía, pero
sin el sentimiento que la inspira. Sé que yo desprecié lo que me ofreciste,
porque no me alcanza, así como la noche no nos alcanza, ni los días, ni la
vida, para ser juntos, para conocernos los pensamientos… y entonces pienso, y
me cuestiono, y me contradigo. Y quiero volver a por ello, a por ti, a por lo
insuficiente que al menos existe, algo es algo… tan poco, pero algo. Tan poco,
y al mismo tiempo, mucho más que tantos…
Cuando
sientas por mí lo que sientes por esa colega tuya, esa que te gusta, pero no
sabes por qué; esa que encuentras bella, aunque se vea desarreglada; esa que,
sin hacer nada, te hace suspirar. Cuando sientas por mí lo que sientes por
ella, será distinto: conmigo sabrás exactamente por qué te gusto, podrás enumerarlo
todo, no cabrá ni la sombra de la duda, ni la idea de capricho pasajero, ni la
más mínima sospecha de que el sentimiento no es otra cosa que eterno, y no por
designio de los dioses, sino porque con hechos, con detalles, con días que empiezan
a media noche, con cielos e infiernos, se ha construido sonrisa a sonrisa lo
que sientes por mí. A mí me encontrarás bella siempre y será evidente, porque mi
belleza interior es supremacía a través de mis ojos que no envejecen y lo
iluminan todo. Y tus suspiros, tus gemidos, y tus risas, tus canciones, surgirán
espontáneamente, pero por todo lo que hacemos juntos, las sinfonías que podemos
crear, no de la nada y sin razón.