A veces soy normal. Conozco a la perfección el cómo razonar lógicamente. Podría decir que tiendo a la bondad. En fin, a veces soy normal.
Hoy no es una de esas veces.
Me son casi irreprimibles los deseos de hacer daño y traicionar. Quiero jugar con alguien que no se lo merezca y engañarlo con alguien que no valga la pena. Anhelo con un aire de vicio ser la causa máxima del padecer de quien creía en las buenas intenciones, y observar indiferente y plácidamente el cómo se tortura, se autoflagela, se disminuye y se obliga a diezmar su amor propio en pedazos desgarradores, el cómo desearía vivir llorando, morir sufriendo, y tratar de entender qué mierda hizo mal… porque tal vez fue su culpa, pensará… ¡no! ¡Definitivamente fue su culpa!, llegará a concluir, y yo guardar sepulcral silencio, pronunciar sólo un cínico “lo siento” y traumar a aquel ser que temerá siempre volver a amar, perjudicando así también a todo quien intente amarlo.
Me es prácticamente una necesidad, necesidad imperiosa grabar mi nombre con sangre y cicatrices perpetuas en piel ingenua… Entonces cada vez que su ser le sonría al sol, él iluminará las huellas que dejé, y le hará recordar que es demasiado bello sonreír para su estado menesteroso. Entonces cada vez que su ser se entregue abatido a la noche, ella encubrirá las huellas que dejé, y le hará recordar que ella cegó anteriormente otra evidencia pero el dolor prevaleció, y sufrirá por la pena actual y por la pena de mí.
Si sonríes, leerás mi nombre. Si lloras, te sonará mi nombre. Mientras puedas sentir, existirá amargamente en ti mi nombre; y mientras puedas sentir, sufrirás; y llevarás contigo ese sufrimiento como medalla de honor de una guerra execrable, orgullosamente llevarás, cual mártir, mi nombre, entonces, sólo entonces, tu vida tendrá un sentido: recordarme. Y yo nunca lo sabré. Pero habré saciado mi necesidad -hoy anormal- de hacer daño, y disfrutaré imaginándote.
Hoy no es una de esas veces.
Me son casi irreprimibles los deseos de hacer daño y traicionar. Quiero jugar con alguien que no se lo merezca y engañarlo con alguien que no valga la pena. Anhelo con un aire de vicio ser la causa máxima del padecer de quien creía en las buenas intenciones, y observar indiferente y plácidamente el cómo se tortura, se autoflagela, se disminuye y se obliga a diezmar su amor propio en pedazos desgarradores, el cómo desearía vivir llorando, morir sufriendo, y tratar de entender qué mierda hizo mal… porque tal vez fue su culpa, pensará… ¡no! ¡Definitivamente fue su culpa!, llegará a concluir, y yo guardar sepulcral silencio, pronunciar sólo un cínico “lo siento” y traumar a aquel ser que temerá siempre volver a amar, perjudicando así también a todo quien intente amarlo.
Me es prácticamente una necesidad, necesidad imperiosa grabar mi nombre con sangre y cicatrices perpetuas en piel ingenua… Entonces cada vez que su ser le sonría al sol, él iluminará las huellas que dejé, y le hará recordar que es demasiado bello sonreír para su estado menesteroso. Entonces cada vez que su ser se entregue abatido a la noche, ella encubrirá las huellas que dejé, y le hará recordar que ella cegó anteriormente otra evidencia pero el dolor prevaleció, y sufrirá por la pena actual y por la pena de mí.
Si sonríes, leerás mi nombre. Si lloras, te sonará mi nombre. Mientras puedas sentir, existirá amargamente en ti mi nombre; y mientras puedas sentir, sufrirás; y llevarás contigo ese sufrimiento como medalla de honor de una guerra execrable, orgullosamente llevarás, cual mártir, mi nombre, entonces, sólo entonces, tu vida tendrá un sentido: recordarme. Y yo nunca lo sabré. Pero habré saciado mi necesidad -hoy anormal- de hacer daño, y disfrutaré imaginándote.