Tengo una denuncia que hacer: el deseo ha sido manipulado a lo largo de la historia.
En un principio hubo dioses, y a ellos atribuían los hombres todo lo que acaeciera con ellos y con el mundo. Eran seres de escasa voluntad, ignorancia, que se sentían sometidos a voluntades mayores y divinas. Si deseaban era porque los dioses así lo habían dispuesto, no porque dentro de ellos el deseo estuviera llamando, y asumían un destino supuestamente preestablecido.
Entonces dentro de los griegos surgieron los sofistas. Herejes, les gritaban algunos. Pero cuando las instituciones de Grecia empezaron a corromperse, surgió la ética. Y entonces la manipulación.
Postulo que el deseo fue manipulado primeramente en Grecia. Aristóteles planteaba que “(…) lo que explica el movimiento es siempre el deseo ya que puede mover contrariando al razonamiento y el razonamiento no puede mover si no hay un deseo que lo acompañe”
[1]. Se entiende el deseo como un motor, pero un motor caprichoso y ciego, que se aboca a los fines, a los objetos, sin mayor explicación. Es este comportamiento impredecible el que incomoda a la estructurada Polis, y entonces se idean propuestas para controlar el deseo, siempre latente amenaza del orden. Y la propuesta de Aristóteles es la Virtud Moral. Una costumbre, un hábito de tender al “bien”, una domesticación del deseo para “desear los fines correctos”… Quien se deja llevar por el deseo es socialmente rechazado, la polis toda censura el deseo, es cómplice de la manipulación de éste. ¿La estrategia? Potenciar la inteligencia. La inteligencia se entendía como la facultad del hombre para escoger los medios adecuados para realizar aquellos deseos bien deseados. Aristóteles afirmaba que el deseo debía ser educado desde la infancia, para que no fuera un esfuerzo ser virtuoso, buscar el equilibrio y tender al bien, el bien superior, el bien de la Polis. Había que educar en enkratés. Suena lógico pensar que si inculcamos el pensamiento a nuestros hijos de que deben sacrificar la satisfacción presente para obtener una mayor gratificación de lo deseado a futuro, estamos formando personas que puedan enfrentarse muy bien a la vida, y que con templanza lograrán sus cometidos, cumplirán sus buenos deseos. No obstante, Aristóteles no se percató de que en esta bien intencionada manipulación, cohibía el motor mismo de la acción. Darle una carga negativa al deseo, fomentando el uso de la razón, ha precisamente desequilibrado el actuar humano durante siglos. Aristóteles falló en la esencia de la virtud, en buscar el medio.
Pasaron los años, y el hombre fue creando medios de transporte, fue conquistando, fue inventando armas, fue desatando guerras, matando gente. Si todo esto era producto de su “inteligencia”, que buscaba los “medios adecuados”, entonces no tenía ningún sentido. Este sentimiento de incoherencia, de desprotección ante la obra del hombre, origina a la corriente filosófica llamada Existencialismo. Ella se horroriza de su entorno, de su momento histórico, y simplemente lo niega. Es tal su rabia contra todo lo que ha hecho la inteligencia en desmedro del deseo, que niega ya cualquier concepto que pueda influirlo más: ni mundo, ni entorno, ni Dios, ni nada: el hombre y su deseo, ahora completamente escindidos. Es comprensible esta rebelión, este intento de salvaguardar el deseo. Sin embargo, termina por manipularlo de todas formas. Lo frustra al restringirlo únicamente al campo del individuo, o al de un pene y una vagina. El hombre está resentido, herido, y se vale del deseo, egoístamente lo establece como un estado de carencia, como una conciencia no cognoscitiva, como una turbación. Esto es lo que postula Sartre. “Una náusea discreta e insuperable revela perpetuamente mi cuerpo a mi conciencia: puede ocurrir que busquemos lo agradable o el dolor físico para librarnos de la náusea, pero, desde el momento en que el dolor o el agrado son existidos por la conciencia, ponen de manifiesto a su vez su facticidad y su contingencia, y se develan sobre el fondo de la náusea”
[2]. Hay un deseo de cosas trascendentes que le cuenta a la conciencia lo que quiere. El cuerpo le cuenta a la mente. El ser en sí desea, y el ser para sí dispone. Y el ser en sí que desea, desea un cuerpo que lo haga ser conciente de sí mismo, y entonces el ser en sí y el ser para sí se fusionan en un yo. Es hermoso, en teoría. Yo puedo ser lo que soy en la medida en que mi conciencia adopta lo que mi deseo le pide, y se realiza en cuanto a otro. Por lo tanto, para Sartre, el hombre depende sólo de él y se hace responsable; se libera él mismo y su deseo, y en una mezcla perfecta entre el deseo, la conciencia y el cuerpo de un otro, combato la angustia que el mundo me ocasionó. Suena muy bien, pero lamentablemente, esta es otra manipulación por conveniencia, aislar el deseo del mundo es sólo el reflejo del resentimiento hacia éste.
“Lo que impide que la vida discurra y crezca es el lenguaje y el juicio moral.
El lenguaje de nuestra cultura divide el mundo en sujetos y predicados. Los sujetos existen como soportes de los predicados”
[3]. Delueze apoya desde su punto de vista mi tesis de la manipulación. Admite que el mundo ha influido radicalmente en los deseos del hombre, pero también rescata la necesidad de éste en la satisfacción de sus deseos. “Juzgar inmanentemente es establecer qué es lo que conviene a cada potencia, qué la hace crecer, expansionarse. No existe el bien y el mal general. Pero sí que existe lo bueno (lo que conviene) y lo malo (lo que no conviene) para este o ese cuerpo. Cada cuerpo busca ampliar su territorio mediante sus devenires, a través de encuentros con aquello que le conviene. El encuentro con una persona, con un libro, con una música que me conviene es un devenir esa persona, ese libro, esa música cuando no los imito, sino que dejo que me invadan y que mi territorio se amplíe”
[4]. Deleuze entiende la manipulación tanto a nivel social como a nivel individual que ha habido del deseo, por eso invita tan amablemente a desear, a crear realidades, a crecer. Él no entiende el deseo como los manipuladores, sino como la vida misma, llena de matices, donde se desean realidades, no cosas ni situaciones. Desear ya no es un peligro, porque el deseo se orienta al desarrollo de nuestra potencia, en conjunto con el mundo que me invade, y con el yo que fija su territorio. Si la invasión es excesiva, entonces “borrarse”, sustraerse un momento del entorno callando las voces para escuchar la propia. Si fijar el territorio se vuelve en sedentarismo, entonces “experimentar”, acceder e interactuar con aquello que te haga sentido. Deleuze reconoce la dificultad de vivir la vida, las influencias que han manipulado al hombre, mas no es pesimista, ¡se puede vivir! Se puede ser el huracán destructor o el feliz, pero la idea es moverse grandiosamente. La destrucción o la felicidad dependerá de cuán manipulado estás en tu deseo, ya sea por el mundo, o por ti mismo.